El 23 de Mayo 2018 | 08:40
La primera temporada de 'Por trece razones' ya levantó espinas entre la audiencia. Hubo quien señaló que romantizaba la idea de suicidio, que no hablaba realmente de la depresión (que era lo que había llevado a Hannah a suicidarse), que lo que se mostraba no era realmente abuso escolar, sino una situación flagrante de machismo y acoso sexual, entre otras cosas. Era de esperar que esta segunda temporada, que ha continuado con la misma temática, tuviera más o menos las mismas críticas.
Algunos espectadores tachan 'Por trece razones' de ser una serie excesivamente explícita, sin necesidad de serlo, así como de una serie que no ahonda en la problemática real de los trastornos mentales. La señalan como una serie tóxica, capaz de empujar a los espectadores con tendencias a padecer un trastorno mental (por ya haberlo sufrido, o por estar en tratamiento en ese momento) a sentirse peor consigo mismos; básicamente lo que se considera un trigger warming, algo que puede acabar siendo un detonante para aquel que se encuentre en riesgo. Pero... ¿realmente es tanto así? ¿Podemos culpabilizar de este modo a una serie que lo único que busca es entretener y, a la par, concienciar ligeramente? La respuesta que se dé a esta pregunta dependerá mucho de la persona que la conteste y, sobre todo, de la situación emocional en la que se encuentre en ese momento. Por mi parte, la respuesta es muy sencilla: 'Por trece razones' no es para tanto, en ninguno de los aspectos.
Ni conciencia, ni puede ser tachada como detonante
Dejad que me explique. 'Por trece razones' no me parece una serie capaz de concienciar realmente; trata una problemática, la visibiliza, pero no ahonda. Y no digo que esto me parezca negativo, ni mucho menos, puesto que la labor de visibilizar ya me parece lo suficientemente buena para tratarse de una serie de adolescentes y para adolescentes. Se muestra el abuso sexual, el acoso escolar y, sobre todo, las consecuencias que estos pueden llegar a tener sobre la vida de la persona que los padece, y esto, en sí mismo, me parece un paso muy importante.
Tampoco creo que la serie deba ser considerada peligrosa, tóxica o dañina, ni mucho menos. Sí, trata temas que pueden resultar muy complicados de ver para aquel que lo haya vivido, pero no olvidemos que el espectador lo ve bajo su cuenta y riesgo. Sabe a qué atenerse, como lo sabemos todos cuando abrimos Netflix y leemos la sinopsis de la serie; sabemos lo que vamos a encontrar, y hemos de ser conscientes y responsables de cómo esto puede llegar a afectarnos. Ojo: con esto no digo que no afecte, o que no pueda ser perjudicial; claro que puede serlo, pero como puede serlo 'My Mad Fat Diary' en según qué momentos. Esta última es una serie que se ha ido idealizando con el paso del tiempo pero que, si somos coherentes, también tiene escenas y situaciones que pueden ser consideradas trigger warning. Aunque eso es otro tema, que trataremos en otro momento.
Si bien es cierto que el factor socializador de las series y películas se debe tener siempre en cuenta, y estas deben ser analizadas no como mero entretenimiento sino como algo más, no podemos olvidar tampoco nuestro papel activo como espectadores. No es justo que nos situemos como víctimas pasivas, como personas que estaban ahí y, sin querer, devoraron trece episodios de cincuenta minutos de una serie que luego fue perjudicial para su estabilidad mental. Es nuestra responsabilidad el ser conscientes de lo que consumimos, y de cómo esto puede afectarnos; claro que esto no es tan sencillo, y que hay quien puede usar 'Por trece razones' como un catalizador para su propio dolor, pero esto no es algo de lo que los guionistas deban responsabilizarse.
Se puede (y debe) criticar el tratamiento que se hace de la depresión, o del suicidio, por no ser lo suficientemente completo, porque esto puede acabar creando nuevos tabúes sociales. Pero no se puede achacar a una serie que haya adolescentes que decidan seguir el camino de una de sus protagonistas; si extrapolamos esto, sería como culpar a los videojuegos violentos por los tiroteos en colegios en Estados Unidos. Si vemos lo segundo absurdo, ¿por qué no vemos también así lo primero?
No podemos culpar a una serie de la decisión de sus espectadores
De nuevo sin olvidar el factor socializador de este tipo de contenido, es importante tener en cuenta que no es justo culpar a una serie de lo que sus espectadores decidan hacer tras verla. Seamos conscientes de nuestras decisiones. Si un adolescente realmente toma como ejemplo a Hannah Baker y cree que la única solución es el suicidio, culpar a la serie sería simplificar todo de una forma casi obscena. Implicaría, de nuevo (y tal y como hace la serie, y algunos espectadores tanto critican), olvidar que la persona en cuestión toma esa decisión por padecer una depresión, y no por ver una serie; al igual que Hannah no se suicidó por el abuso que sufrió (pese a que este agravó su depresión), una persona sana y estable a nivel mental no se suicida tras ver 'Por trece razones', ni cae en un estado depresivo. Eso solo sucede cuando la persona ya tenía algún tipo de trastorno antes.
Esto que sucede en 'Por trece razones' pasa en cientos de series y películas más, con un contenido que puede ser considerado perjudicial y que, por tanto, no se recomienda a todas las personas. Lo único que los guionistas y productores pueden hacer por su parte, y en este caso hacen, es avisar de ese contenido y de lo perjudicial que puede ser para según qué espectadores.