El 2 de Julio 2018 | 23:59
No es ningún secreto que a la gran mayoría de escritores les cuesta lo indecible crear personajes femeninos realistas. Tenemos el machismo tan arraigado en nuestra sociedad que hemos reducido a las mujeres a estereotipos vacíos, y uno de los más maltratados es el de la madre.
Tiende a pasar en las historias dónde el o la protagonista es adolescente, sobre todo. Si la madre no está muerta —Disney, te miro a ti—, se la aparta con descaro de la narrativa. Y, si por un casual tiene relevancia en la trama, su piedra angular son sus hijos, a los que quiere más que a nada. Mataría por ellos. Moriría por ellos. Son su mayor tesoro y su motivación en el día a día. Sin ellos, toda su personalidad y existencia se viene abajo, porque ya no tiene un papel que cumplir. No es una persona. Sólo una madre.
Por eso, a medida que avanzaba la historia de Maeve (Thandie Newton) en 'Westworld', sentí miedo. Maeve era un personaje impresionante, tan inteligente y perspicaz, y temía que todo eso fuera a desperdiciarse por el simple hecho de tener una hija.
Nada más lejos de la realidad.
Tergiversando los roles
Lo curioso de Maeve es que cumple el estereotipo, pero a la vez le da la vuelta. Una vez recuerda a su hija, lo da todo por ella. Muere una y otra vez, renuncia a la que podría ser su única oportunidad de escapar del parque por ella, y luego, al final, deja que se marche sin ella. Maeve recorre el parque —el mundo— entero para encontrarla, se alía con Lee, el guionista que ha estado dirigiendo sus vidas desde que ambas fueron creadas, se enfrenta a una marabunta de anfitriones encolerizados y, al final, deja que se marche. Da su vida por ella, feliz de verla a salvo y sin remordimiento alguno.
Pero a pesar de todo eso, Maeve es mucho más. Hace mucho más. Emprende su propio viaje del héroe y evoluciona, y forma una familia. Está Héctor, que es su interés romántico, sí, pero tiene también a Armistice, a Lee y a Hanaryo, e incluso a Felix y a Sylvester. Llega a confiar en todos y en cada uno de ellos, y el sentimiento es recíproco. A pesar de que Lee, Felix y Sylvester son humanos que luchan por sobrevivir, eligen seguirla antes que huir. Hanaryo abandona Shôgunworld y todo lo que conoce para irse con ella y con Armistice.
A Maeve no le costaría nada ejercer su control mental para obligarles a acompañarla, protegerla y morir por ella con tal de lograr sus objetivos. De haber tenido la oportunidad, Dolores, por ejemplo, habría hecho eso. Pero Maeve elige la familia ante todo. Siempre.
Incluso antes de recordar a su hija, Maeve toma un rol maternal con otro personaje: Clementine. Un sentimiento que se mantiene hasta el final de esta segunda temporada, si bien nunca se llega a profundizar demasiado en él. La relación entre ellas dos se puede apreciar mejor en sus contrapartes de Shôgunworld: Akane y Sakura. En una trama alternativa, Clementine moriría a manos de un hombre enloquecido por el deseo, y Maeve se vengaría asesinándolo. De nuevo caemos en el estereotipo de la madre, pero vuelve a superarse cuando Akane se repone de la pérdida. No se deja consumir por el dolor y elige seguir adelante, porque se avecinan grandes cambios y tiene que estar preparada.
Un modelo a seguir
La maternidad de Maeve, en todas sus versiones, no limita a su personaje. Es una cualidad más, al igual que su empatía, su audacia y su bondad, entre otras muchas. Es justo como debería ser.
Aunque es una anfitriona y tiene poderes, como personaje resulta mucho más creíble que otras muchas madres que abundan en la ficción. Se podrían escribir mil análisis sobre Maeve Millay, pero esta faceta suya es muy llamativa y no me gustaría que pasara desapercibida.