Las reposiciones de 'Friends' en las últimas semanas han sido una batalla campal. Artículos tachando a la serie de sexista, con bastante razón; otros enarbolando el grito de "¡DEMAGOGIA!" a los que miran una serie noventera desde los ojos del nuevo milenio. Estos últimos tienen menos razón. O el problema ya no está tanto en la falta de razón, como en la falta de utilidad del argumento.
Evidentemente, una serie como 'Friends' en su momento tenía enormes tintes de progresista. Un grupo de treintañeros en la Gran Manzana, con ganas de comerse el mundo y pocos tabúes. Han pasado dos décadas, y durante este tiempo nuevas preocupaciones dictan el día a día de la discusión de la población. 'Friends', ante este panorama, comete el pecado de ser una serie completamente contextualizada en su momento, lo que por definición es caduco. Hay temas trasversales que 'Friends' trata con mucho tino, y que son imperecederos, pero quien no vea los clichés que comente simplemente es que no quiere mirar. Clichés, en su mayoría, relacionados con una visión de las relaciones de pareja que hoy se encuentra en plena transformación, mientras que la mirada de bobalicón de Ross sigue embadurnada de unos celos que bajo el prisma actual roza lo enfermizo. De hecho, nos choca el caso de 'Friends' porque siempre se ha sido paradigma de la serie progresista, pero si miramos otras sitcom contemporáneas la crítica sería mucho más profunda.
El núcleo del debate
Y, en realidad, el debate no parece que se sitúe en el hecho de que 'Friends' caiga o no en el cliché sexista. Es más o menos unánime la opinión de que sí tiene un discurso anticuado en ciertos temas. La discusión, no obstante, se dirige a un punto mucho más profundo, y es el de la benevolencia. La benevolencia o no que hay que tener al mirar una ficción del pasado. La obligación o no de mostrarse comprensivo asumiendo el contexto y época en la que fue rodada. La utilidad o no de escudriñar el pasado desde los ojos actuales.
Bajo este debate es donde se necesitan trazar líneas claras. Podemos llamar definir un discurso conservador sobre el tema. Aquel obsesionado por preservar la ficción, en este caso 'Friends', como inmaculada. El que reclama que la serie de comprenda contextualizada en el momento que se gestó. Por contra, el discurso revisionista sería aquel empeñado en la revaluación fruto del revisionado.
Esta visión conservadora surge de una visión sobre la ficción como objeto. El hecho es que pensar en cómo nos aproximamos a una serie de televisión, como a cualquier otro contenido cultural, posiblemente arroje luz sobre estas cuestiones.
La identidad
La única manera posible de definir al ciudadano occidental es como consumista. Un consumismo estético que construye la identidad de las personas en base a sus posesiones, gustos y aficiones. Consumimos estética, principalmente, porque es lo que hoy dibuja la personalidad que pretendemos transmitir al resto. Así, la conciencia de clase ha dado paso a la identidad formada a base de un batiburrillo de ideas estéticas dispuestas en mayor o menor complejidad. Este proceso lleva a una conclusión bastante cruel: hoy el ciudadano de a pie, trabajador precario, piensa que tiene mucho más que ver con el alto ejecutivo con el que charla en el gimnasio que con su compañero de trabajo con el que comparte salario y condiciones laborales.
Bajo esta convicción de sociedad consumista se esconde, no sólo un problema ecologista de primer grado al superponer la producción a cualquier precio; no sólo la desigualdad congénita en un momento individualista, sino que el hecho de desplazar la conciencia de clase en pos de la identidad de las aficiones y posesiones oculta los problemas reales que atraviesa la sociedad ante la ceguera del consumo.
Todo ello derivado del que el razonamiento del sujeto ciudadano se proyecta siempre al futuro, y nunca al presente. Los problemas inmediatos, la precariedad, la pobreza, la desigualdad... no son problemas relevantes para el individuo, que, obsesionado con el futuro, comprende su hoy como una mera transición a un mañana más lujoso.
De esta forma, consumimos objetos, prendas de vestir, servicios, pero también consumimos personas, y de igual forma consumimos cultura o ficción. La aproximación que hacemos a la cultura no es de aprendizaje o de enriquecimiento, sino que la aproximación es de mera posesión. El coloquio tras la película no es un debate enriquecedor, sino un ejercicio de reafirmación de identidad.
El ciudadano de la sociedad de consumo puede comprender 'Friends' como una serie "con la que se identifica". Esto es, se ha apropiado de 'Friends' convertida en una parte más o menos importante de su identidad. No ha aprendido de 'Friends', sino que se ha definido en base a 'Friends'. De esta forma, cualquier crítica a 'Friends' es una crítica personal. Millones de personas se sienten aludidos o atacados a título personal, y en algo tan relevante como la propia identidad, y por esa razón su respuesta es verdaderamente feroz.
Lo paradójico es que este abordaje consumista a la ficción se defiende como la máxima expresión de respeto a una obra. La genuina preservación. Y, sin embargo, es el trato más injusto que se puede imaginar, al despojar la ficción de su única finalidad: transmitir mensajes. Comunicar, lo que implica un intercambio de ideas.
La manera en la que 'Friends' puede ser una serie rica es al conseguir generar ideas en diferentes contextos. Así, 'Friends' en el año 99' abrió mentes y 'Friends' en el año 2018 genera debate en torno al comportamiento sexista. De igual forma, 'Friends' en el 2050 tendrá la posibilidad de aportar otros mensajes y reflexiones diferentes. El interés último de una obra de ficción es estudiarla y aprender de ella, comprender el sentido con el que se formuló, su contexto, y analizar cómo hemos cambiado y qué podemos sacar en conclusión. Esa es la potencialidad de 'Friends'. Una potencialidad que el ánimo conservador de preservación anula.
Hace unos días en la Revista Española de Sociología publicaba un artículo sobre la agencia en videojuegos firmado por Daniel Muriel, donde analizaba el papel de actor agente de un videojuego, como obra de ficción, y concluyendo que el videojuego sólo es agente en la medida que interacciona con el sujeto que juega, y con su comunidad. Esa es la única visión para comprender la ficción. Cualquier negación de este principio básico es, además de ridícula, fundamentalmente falsa.