¿Qué tiene que ver 'Médico de familia' con 'Stranger Things'? Afortunadamente muy poco. Poquísimo. Sin embargo, comparten de manera parcial un punto en común, y es que en ambos casos tienen intención de llegar a un amplio espectro de público. En el caso de la de Emilio Aragón el espectro al que apela pretende ser integral, en el caso de 'Stranger Things', pese a que no llega a ese absurdo, hereda también del cine de aventuras ochentero esa esencia pop para el consumo masivo de múltiples generaciones. Sin embargo, aquí entra en juego una cuestión de estilo, y es que todo lo que hace 'Stranger Things' lo hace con mucho estilo.
En las series españolas, salvo radicales excepciones como 'Crematorio', 'Hay alguien ahí', 'El Ministerio del Tiempo' y alguna más de un selecto grupo, existe una tendencia a la ficción simplona y fácil. Siempre creada con el espíritu del Gran Prix, para encandilar "del abuelo hasta el niño", tratando de captar a toda la familia, como lo intentaba la vieja producción franquista, que 13tv se niega a enterrar, a base de mensajes sencillos, chascarrillos fáciles e ideales sociales trasnochados. 'Médico de familia' fue el máximo exponente del Gran Prixismo de la ficción española. El exponente de la ansiada serie transgeneracional, monocultural, monoideológica y católica. Esta esencia ha recorrido nuestra historia de la televisión, y ejemplos miles: 'Ana y los 7', 'Dreamland' o 'Allí abajo'... como representantes del ideal de un contexto social conservador a desterrar, que cada vez está más abstraído de la realidad, y que en nuestra televisión pervive firme y perverso.
¿Cuál es el problema?
Carlos G. Miranda, guionista, explica bastante bien esta situación. Tuve la oportunidad de estar en una charla que dio hace un par de ediciones del Celsius 232 asturiano, festival de literatura que ahora mismo está celebrando su quinta edición. Miranda argumentaba cómo el hecho de que en España la televisión esté financiada a través de la publicidad, y que la población española sea mínima en comparación al número potencial de televidentes norteamericanos, nos empuja a una ficción de calidad cuestionable. A medida que se crean productos de nicho la audiencia se segmenta, el índice cae, el ingreso en publicidad cae, y la serie se cancela normalmente con final abierto. Tampoco existe una cultura de televisión de pago, lo que genera un problema extra. La solución es tratar de llevar las series al integral del público. La solución que la producción española tiene tendencia a tomar es hacer del Gran Prix de "Ramonchu" una ley.
De pronto llega 'Stranger Things', y pese a que es una producción para un canal de pago, Netflix, tiene una ambición de ser mucho más masiva que 'Hemlock Grove', 'The Strain' o 'American Horror Story', por movernos dentro de la ficción de género. Lo interesante del caso de 'Stranger Things' es la forma en la que intenta llegar a un abanico de público más amplio al que en principio podría parecer que aspiraría: Juega con la nostalgia ochentera captando al que fue a la EGB; presenta tres generaciones de personajes diferentes, y ahonda sin problema en su relación entre ellos, capturando desde un público adolescente hasta el que ya peina canas de hace tiempo; introduce el thriller de desaparición como pieza estructural de la historia, de forma que no sólo es una serie interesante al aficionado al fantástico, sino que se abre a todos los públicos, como lo ha hecho 'Juego de Tronos' camuflando la fantasía. Estas herramientas son, en buena medida, las que utilizan muchísimas series españolas, 'Stranger Things' en la segmentación de audiencia no inventa nada: varias generaciones de personajes, varios géneros temáticos, humor y drama repartido por la historia... Sin embargo, 'Stranger Things' pone sobre la mesa una historia talentosa y madura; es una serie maravillosa que, sobre todo, toma en consideración al que está al otro lado de la pantalla. Sin ser exigente como Léos Carax, sabe que el que está sentado frente al televisor disfruta de la televisión, conoce el medio al dedillo, y desde esta óptica le ofrece un plato bien preparado. Lo que más me entristece de la televisión española que guarda ese ánimo de alcanzar una audiencia integral es que de antemano no espera absolutamente nada del televidente. Lo único que quiere es una audiencia catatónica, ideológicamente adormecida, y pasiva. Una audiencia como la que Bradbury imaginaba en su Fahrenheit 451.