El 15 de Marzo 2016 | 18:23
No sé mucho de la industria del videojuego. No me interesan las compañías, ni sus políticas de empresa, ni los números de venta. Si estoy aquí, hablando con ustedes, es porque el mundo del videojuego me apasiona por las posibilidades narrativas que ofrece. Piénsenlo por un segundo: mientras que la novela nos hacía cómplices de la imaginación del escritor, cuando el cine nos hizo espectadores de una vida que no era la nuestra... Llegó el videojuego, y nos hizo partícipes de la historia. Lo sé, lo sé. Yo también necesito dar un sorbo vigorizador cuando llego a esta conclusión. El formar parte de un hilo narrativo, en el que puedes vivir y sentir en tus conexiones neuronales cada decisión, cada paso mal dado, cada situación desesperada, es lo que hace maravilloso al videojuego, y a sagas como 'BioShock'.
Miren, un escritor al que admiro mucho, dijo una vez que la inspiración viene en pequeñas gotitas de lluvia, que unos cuantos iluminados tienen la suerte de recibir en su rostro. Cuando a Ken Levine se le ocurrió que sería buena idea hacer un juego como 'BioShock 1', fue porque estaba recibiendo un diluvio. Supongo que quizás por eso Rapture está bajo el agua. Oh, perdonen mi humor, no estoy acostumbrada a beber whiskey.
Lo que quiero decirles con esto, es que me aterra la posibilidad de que este aspecto de la saga, cuidado de manera tan mediocre en su segunda parte, pero recuperado con totalidad en 'Infinite', se convierta en un producto de mercadeo barato a la altura de sagas como 'Assassin's Creed', que boquean tratando de demostrar que todavía se sostienen en pie. No se espanten por lo que acaban de escuchar, solo es un Big Daddy rugiendo en las profundidades de Arcadia.
Es probable que me equivoque, que mi visión sea pesimista y que desconfíe de las capacidades de 2K Games para hacer un nuevo 'BioShock'. Pero no lo negaré. Me espanta la idea de que un final tan puro, tan bien cerrado como fue el de 'BioShock Infinite' se vea ultrajado simplemente por querer sacar dinero de las ilusiones de personas como nosotros, que vivimos con la esperanza de volver a montarnos en una batisfera o pasear entre las nubes de Columbia. Para lo primero nos recomiendo llenar la bañera y, para lo segundo, comprar unos billetes de avión, y no nos haremos tanto daño. Pero en fin, no son comparables, ¿verdad?