El 23 de Febrero 2018 | 12:17
En psicología y psiquiatría, además del CIE-11, también se usa el manual DSM-V (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales), elaborado por la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), cuya última edición entró en vigor en el año 2013. En él se hace referencia a la adicción a los videojuegos, pero no entra dentro de la clasificación oficial, sino que está en una sección aparte. La APA advierte que se necesita "una mayor investigación clínica y experiencia antes de que pueda incluirse en el manual como un trastorno formal". Por el momento, los estudios que existen se centran en población de países asiáticos y en hombres jóvenes, y en esos casos se encuentran patrones de comportamiento y respuestas cerebrales que se asemejan a otros comportamientos adictivos. Aun así, aun falta mucho por conocer del tema, y mucha discusión. De esta manera, la APA pretende animar a elaborar más investigaciones sobre este área para llegar a la conclusión de si debe incluirse o no.
Y es que, en verdad, la comunidad científica de la psicología no está muy de acuerdo con la asunción de los videojuegos como elementos que puedan crear adicción. Claro, que la idea que tenemos es asociada a los juegos convencionales, incluidos los online.
Desde Infocop, la revista del Colegio Oficial de Psicólogos de España, se hacen eco del desacuerdo en torno a este posible trastorno. Se basan en un artículo firmado por más de una veintena de profesionales de todo el mundo, publicado en 2017 en la Journal of Behavioral Addictions (Revista de Adicciones Comportamentales). Bajo el nombre de "Scholars' open debate paper on the World Health Organization, ICD-11 Gaming Disorder proposal", consideran que es prematuro hablar de adicción a los videojuegos como un diagnóstico porque no hay suficiente investigación que lo respalde. Concretamente, apuntan que:
- Las investigaciones en las que se basa este criterio son de poca calidad.
- Los criterios para definir lo que es una adicción a los videojuegos tienen demasiada influencia de las conductas de abuso de sustancias y de ludopatía. Por tanto, no se ajustan a patrones propios de los videojuegos.
- No hay consenso sobre cuál es la sintomatología de este tipo de problemas, ni tampoco sobre los criterios de evaluación a utilizar.
Esta publicación también incide en cuáles serían las consecuencias de seguir adelante con esta categoría de la adicción a los videojuegos como un trastorno real:
- Aumentaría el número de falsos positivos, especialmente entre niños y adolescentes.
- Dañaría y sesgaría la investigación sobre el tema. Al ser una categoría diagnóstica, se daría esta adicción como real, por lo que paralizaría la exploración de la existencia o no de este trastorno, o sobre conocer los límites que habría entre una conducta normal y patológica en el uso de videojuegos. En cambio, en los estudios realizados se iría ya a buscar la conducta patológica directamente, y en investigación psicológica lo que se busca, normalmente se encuentra.
- Supondría un estigma sobre las personas que hacen un uso saludable de los videojuegos. Podría llegar a cambiar la forma de entender los videojuegos y de regularlos.
Los riesgos de la sobrepatologización
Partimos de la base de que en las ciencias psicológicas y psiquiátricas hay tendencia a etiquetar como un trastorno conductas que, aunque disruptivas, no son patológicas. Esto no quiere decir que podamos caer en la ofensa de que "como los juegos son algo que a mi me gusta y a mi me fue bien siempre", usemos este argumento a la ligera porque nos conviene. Aun así, este tipo de formalidades, como el decir que se puede desarrollar tal tipo de adicción, deben tener una buena base científica. Si no, caemos en la sobrepatologización.
Es fácil que bajo el aval de la OMS de que existe tal trastorno o adicción, en más de un caso los profesionales emitan falsos positivos en sus diagnóstico, es decir: diagnosticar a alguien con un trastorno que no tiene. Eso les puede llevar a poner en marcha intervenciones no adecuadas. Sin embargo, si una persona presenta un patrón de conducta que afecta a su vida y necesita cambiarlo, va a recibir ayuda en ese aspecto aunque no haya una categoría diagnóstica. Veámoslo con un ejemplo.
Situación 1: Jugar mucho a los videojuegos. Una madre o un padre pueden acudir a un psicólogo porque su hija o su hijo pasa demasiadas horas jugando al 'League of Legends'. No estudia, no sale con los amigos, y a veces ni come. El psicólogo o psicóloga determinará cuáles son las causas de que el adolescente encuentre mayor placer en el juego que en otros ámbitos de la vida. Quizá sea el único lugar donde se encuentre a gusto, porque en los estudios cree que va a ir mal aunque se esfuerce, y también tenga problemas para establecer relaciones con sus compañeros o sea víctima de bullying. O puede que sea porque sus padres están pasando por un momento de conflicto y el hijo o hija sufra delante de ellos. La intervención irá encaminada a afrontar las situaciones de la vida en las que el paciente no se encuentra a gusto y también a ir sustituyendo poco a poco las horas de juego por las de otras actividades.
El mismo caso: Es un adicto a los videojuegos El profesional determina, por las conductas del o la adolescente, que tiene una adicción a los videojuegos. Como es una adicción, puede poner mucho mayor énfasis al proceso de "desenganche" que a mejorar las otras áreas de su vida. Al fin y al cabo, lo más grave es la dependencia. Sí, podremos trabajar sobre los compañeros, los padres, pero la etiqueta nadie se la quita: "es que tiene una adicción". "Es que hay que tener mucho cuidado con los videojuegos". "Es que no tenías que haberle dejado jugar tanto". "Es que siempre fue una niña muy retraída"
(con lo que estas afirmaciones conllevan socialmente y, por ende, psicológicamente). ¿Y si en el centro de salud determinan que es un caso que precisa de un psiquiatra? Asumirá que el o la paciente pasará por estados de ansiedad cuando no esté jugando, así que le puede recetar Lorazepam. Después de que el paciente se pase la primera semana durmiendo por culpa de la medicación, verá que ya no se pone nervioso por no jugar, pero en verdad, como sus tiempo está vacío porque ese hueco lo rellenaba jugando, no quiere salir de la cama. No tiene ganas ni fuerzas para acudir a la escuela o volver a quedar con amigos. Parecen síntomas de depresión, por si acaso no vendría mal un antidepresivo.
Parece llevar la situación al extremo más caricaturesco, pero esta práctica es más común de lo que parece: lo que pensamos que es enfermedad, lo tratamos como enfermedad.