El 5 de Marzo 2018 | 14:10
Esta madrugada se celebraba la 90º edición de los premios cinematográficos más conocidos por el público. Desde las 12 de la medianoche los distintos actores, directores, productores y personalidades del cine paseaban por la alfombra roja rumbo al interior del Dolby Theatre, un lugar ya icónico en la celebración de los Oscar.
Entre todo este cúmulo de personalidades se encuentra el mexicano Guillermo del Toro, que entraba en el edificio como nominado a mejor director junto a su película, 'La forma del agua', que sumaba otras 12 nominaciones, para terminar saliendo del mismo con cuatro estatuillas bajo el brazo, convirtiéndose así en la gran vencedora de la noche, y es que la fantasía personal del realizador mexicano consigue atraer no sólo al gran público, si no también al resto de compañeros de profesión gracias a que consigue dotarla de un toque personal que pocas veces consigue materializarse con tanta claridad en otros contadores de historias.
Una juventud ligada al cine
Aunque nació en Jalisco a mediados de los 60, desde pequeño ya había mostrado su interés por el séptimo arte, y dentro de éste, por las criaturas más clásicas del terror y la fantasía, como los monstruos clásicos de la Hammer y Universal, entre los que destacaba 'El doctor Frankestein', o películas como 'Nosferatu', a la que le reconoce el mérito ser una sinfonía sobre el miedo y la narrativa audiovisual.
Atraído por este género del terror, el suspense y la fantasía, comenzó a rodar sus primeros cortometrajes cuando era adolescente, incorporando en algunos de ellos a su propia madre, aunque no fue hasta los años 80 cuando comenzó una producción más extensa de este tipo de piezas audiovisuales, destacando de esta época 'Doña Lupe', rodado en 1985, o 'Geometría', que llegaría tan sólo dos años después, aunque su gusto por los elementos fantásticos lo llevaría a trabajar a finales de los 8o y comienzos de los 90 como parte del equipo de maquillaje y caracterización de varias producciones gracias a los conocimientos que había adquirido de Dick Smith, uno de los nombres más reconocidos en el sector del maquillaje, la misma persona que obtuvo el Oscar por 'Amadeus'.
A medida que se abría paso en el mundo del cine, preparaba el que a día de hoy está reconocido como su primer largometraje, 'Cronos', donde ya dejaba ver que lo suyo era narrar a través de los recursos visuales. En esta película protagonizada por Federico Luppi y Ron Perlman, con quien coincidiría años después en 'Hellboy'. Del Toro narra la historia de cómo un artefacto medieval guarda en su interior una pequeña criatura que es capaz de otorgar la juventud eterna mientras se alimenta de sangre.
A buen seguro que esta descripción os encaja en el arquetipo del vampiro clásico, pero ya en esta producción, nominada a más de 12 premios Ariel, los respectivos galardones de la academia mexicana, el director dejaba ver su particular visión de estas historias comunes del género fantástico y de terror, de hecho la crítica precisamente destacó esta atmósfera propia que Del Toro había conseguido al unir personajes clásicos de forma imaginativa.
Desde entonces, la carrera del director mexicano no ha hecho más que ascender y ascender. Tras 'Cronos' llegó 'Mimic', que tomaba como punto de partida un relato de Donald A. Wollheim y que supuso el inicio de su carrera en la factoría hollywodiense. En ella nuevamente el director, que también firmaba el guión, volvía a mezclar fantasía y terror, en esta ocasión para combatir una plaga de cucarachas en Nueva York con resultados inesperados.
Por aquél entonces la recepción de esta primera incursión en Hollywood fue recibida de forma muy dispar entre público y críticos, que llegaron a considerarla como un buen amago de continuar con su peculiar mundo de fantasía, pero que finalmente terminaba por caer en los convencionalismos de la época, aunque Del Toro ya preparaba la que sería su gran producción hasta el momento, aquella que le abriría nuevas puertas, la primera que marcaría un detalle que posteriormente ha repetido en varias ocasiones tanto como productor como en la dirección.
Corría 2001 cuando estrenaba 'El espinazo del diablo', una producción que tomaba la guerra civil española, a la que volvería a recurrir en 'El laberinto del fauno', para contar la historia de un joven huérfano que, tras finalizar la guerra, es acogido en un orfanato donde le acechara un fantasma de un antiguo inquilino. Nuevamente, la imaginación del director el encajar todos los elementos del guión le valió el favor del público y de parte de la crítica, dirigiendo al año siguiente la que sería su primera gran adaptación del mundo del cómic, 'Blade II'.
La franquicia del vampiro más conocido de los cómics ya había contado con una entrega dirigida por Stephen Norrington y escrita por David S. Goyer, por lo que en un principio podría parecer que, al ser un trabajo por encargo y de un universo ya existente, Del Toro tendría menos libertad creativa para dejar volar su imaginación, y aunque esta afirmación es cierta, el director consiguió convertir esa secuela en la mejor valorada de la trilogía del personaje, permitiéndose el integrar en ella algunos elementos habituales de sus producciones, como el tratamiento visual o el diseño de algunos personajes y entornos.
Con esta película demostró que podía ponerse al frente de historias de otros y aportar su particular visión de la misma, de ahí que tras el vampiro de Marvel su siguiente proyecto fuese otra adaptación del cómic, en este caso 'Hellboy', que volvería a subir su caché dentro del género de lo fantástico. Del Toro volvía a reunirse con Ron Perlman como máximo protagonista de esta adaptación, a le que le siguió una secuela en 2008 que, en palabras del propio director, fueron una especie de campo de pruebas para la criatura que podemos ver en 'La forma del agua', que comenzó a gestarse a lo largo de 2011 y 2012.