Desde el momento en el que un sujeto decide que su colección de videojuegos merece una NES Classic Mini, hasta que se dé el improbable hecho de que la pequeña consola entre en su casa, puede pasar mucho tiempo. Muchísimo. Esa es la razón por la que el unboxing de la plataforma conmemorativa de Nintendo llega a mitad de enero, en lugar de en su lanzamiento original.
A título personal, por alguna razón creí que NES Classic Mini era un objeto prescindible. La propia Nintendo lo ha dicho, son los juegos a los que llevamos jugando años, décadas, a través de cualquier plataforma de Nintendo, a través de cualquier emulador. Bajo esta premisa, no parece, ni mucho menos, un objeto de primera necesidad. Sin embargo, cuando comienzas a ver las experiencias de amigos, lo satisfecha que queda la gente, o cuando puedes ver en primera mano la calidad de detalle del pequeño aparato, hay un momento en el que algo hace clic, y tienes la brillante idea de comprar una NES Classic Mini.
El unboxing
A partir de ese instante comienza un periplo de horror y terror. Los especuladores acechan tras cada esquina ofreciendo la máquina por el doble del precio original, en el mejor de los casos. Las tiendas de segunda mano habituales también se suben al carro de la especulación, igual que hicieron con los amiibo, y tratan de asaltar a mano armada a los compradores despistados que pasaron de la reserva. Si el objetivo es comprar la consola a su precio, 60 euros, la paciencia se acaba imponiendo como principal herramienta. Tras visitar con una frecuencia superior a la recomendable Amazon, de pronto un día se dio la combinación maravillosa: había unidades de la consola y no era un momento en el que mi economía se podía permitir el capricho. En cuestión de minutos las unidades se terminaron, pero mi carrera de desgaste con NES Classic Mini concluye, y el objetivo conseguido se materializa, primero, en este unboxing, y luego en las partidas que me voy pegando a una selección de treinta juegos bastante acertada, de hecho.
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