El 4 de Diciembre 2020 | 20:09
Este artículo contiene spoilers importantes de la trama principal de 'The Last of Us Parte II'.
Cuando en 2013 alguien me dijo que 'The Last of Us' había llegado para revolucionar el medio yo miré hacia otro lado. Y lo haría también ahora si me lo dijesen. El medio sigue donde está y aunque los lanzamientos AAA tienen poder suficiente como para marcar nuevas pautas, no parece que el medio esté interesado en hacerlo.
Cuando se anunció 'The Last of Us Parte II' nadie me dijo nada. Pero el juego si lo hizo. El tráiler del E3 2018 en el que Ellie y Dina se besaban era inspirador y ver arder las redes y levantar de sus sillas a un gran porcentaje del medio habitualmente anclado en su ostracismo social e identitario me inspiró a adentrarme en su propuesta. Naughty Dog no sería la primera, ni mucho menos, pero más allá de Bioware no había tenido oportunidad de explorar relaciones no normativas fuera del territorio indie — al menos, no del todo satisfactorias.
¿Un paso por la inclusividad?
'The Last of Us', siete años después de su lanzamiento, ha sido una experiencia notable. No desconfiaba de él pero tampoco pretendía escuchar su mensaje. Con todo, fue 'Left Behind' la pieza que me hizo conectar con la obra. La forma en la que transformaba sus mecánicas y convertía, por un momento, ese mundo de horror y espanto, en un pequeño parque de luz y color. Hasta que llega el desastre.
Porque en 'The Last of Us' siempre llega el desastre y su segunda entrega es potencialmente partidaria de ello. Apenas hay despedidas, las muertes ocurren sin que tengas tiempo de reaccionar y el drama más humano se encuentra pintado en multitud de notas que encuentras por el camino, de cadáveres olvidados y de tus propios actos como Ellie y Abby. Su mundo es cruel y si los infectados son una demostración de ello espera a conocer los núcleos humanos que sobreviven en sus calles. Pero eso no lo es todo.
En uno de mis textos preferidos de Kotaku, Let Queer Characters Be Happy, Heather Alexandra habla de cómo el medio se propone como reflejo de los virales ataques a personas LGTBI, representando la inclusión sí, pero siempre bajo la necesidad de crear un escenario dramático. Algo que ya sucedía con Riley al final de 'Left Behind' pero que, por algún motivo, se ceba en los acontecimientos de esta segunda parte.
Transfobia post-apocalíptica
Lev, uno de los personajes secundarios que acompañan a Abby, es un hombre trans. Su identidad se deja entrever a lo largo de todo el juego pero cuando es preguntado por ello —no por su identidad sino por los motivos que le llevaron a escapar—, él decide callar. Y es un momento importante, porque Lev se define a sí mismo sin necesidad de exponer aquello que guarda para sí mismo. El juego nos da un largo espacio a solas con él, para conocerlo y aprender a quererlo — es imposible no hacerlo.
Pero cuando llega el desastre, la identidad de Lev resulta ser el ojo del huracán. El juego no solo revela su identidad a través de Yara, su hermana mayor, sino que convierte su pasado en un detonante emocional que le reduce y lo ata. Lev es atacado por su madre, a la que asesina en defensa propia, accidentalmente. Y cuando decide abandonar todo lo que había intentado recuperar, pierde a su hermana a manos de WLF. Y Lev se convierte en el único personaje de la obra que debe enfrentarse al terror de su mundo y al terror de su identidad.
Lev no es el único personaje acosado por su condición. Dina y Ellie también son atacadas al principio del juego. Pero incluso así, su desarrollo y evolución es la propia del escenario del juego y no vuelve a verse dictaminada por la naturaleza de su relación. Que la transfobia siga existiendo en un mundo donde el sistema humano se ha desmoronado es difícilmente la inclusividad que necesita el medio. 'The Last of Us Parte II' podía hacer más.
Agradezco que un AAA de estas dimensiones apueste por ello. Y creo, sinceramente, que tanto 'The Last of Us' como su casting han hecho un enorme trabajo a la hora de construir un relato como este en la América de Trump. Supongo que aún nos queda mucho camino por delante y Laura Dale, en uno de sus muchos discursos sobre inclusividad, ya hablaba de los débiles esfuerzos del medio por alcanzar una meta. Esto fue en 2017. Han pasado tres años y las cosas han cambiado, sí, pero no demasiado. "Revolucionar" el medio lleva su tiempo, pero se conseguirá.