Hace unos meses empecé a ver 'JoJo's Bizarre Adventure'. Es una serie kilométrica, de estas que con 15 años me tragaba gustosamente cuando tenía más tiempo libre, pero que ahora, con quehaceres varios más propios de la madurez o de la falta de ella, según se quiera ver, me duele la cabeza solo de pensar en esa cantidad de episodios. De hecho, no me habría puesto a verla si no hubiera sido por los memes, esa estrella de oriente que nos guía a todos en la vida (hacia dónde, prefiero no saberlo), y porque ya tenía a varios conocidos que hablaban de ella.
Los primeros episodios (los del arco de 'Phantom Blood', para los que estén puestos) no me incitaron mucho a continuarla. Me resultaba hasta insulso el cómo abrazaba cada odioso cliché del anime shonen y lo exhibía con orgullo. ¿Técnicas flipadas y fuera de toda lógica? Checked. ¿Personajes que no paran de comentar cada movimiento que hacían a viva voz? Checked. ¿Animación cutre? Checked. Y el guión y los personajes tampoco eran una maravilla. "Pues no es muy buena", me dije. Y lo cierto es que a día de hoy mantengo esa primera impresión que tuve, pero también es cierto que me he visto en tiempo récord los más de 90 episodios que tiene ahora mismo el anime, y espero ansioso a que salga el de la semana que viene y a continuar por el manga algún día. ¿La razón? Joder, es súper entretenida.
Jugar por jugar
Pasemos hablar de ese mismo fenómeno en los videojuegos. A lo que quiero llegar con esto es que muchísimas veces a los que escribimos sobre esto, a mí incluído, se nos llena la boca de cosas que suenan increíblemente bien en el papel: queremos obras trascendentales que nos hagan reflexionar y que nos den lecciones de vida como pocas. Que el videojuego sea un medio narrativo que pueda transmitir importantes mensajes en lugar de la banalidad del ocio por el ocio.
Todo eso está muy bien, el videojuego no se ha anclado en sus concepciones clásicas de hace 20 ó 30 años, sino que, sobre todo últimamente, está explorando todo tipo de fórmulas. Algunas de ellas absolutamente sorprendentes y que son capaces de reventarnos el cerebro y dejarnos con el culo torcido. Pero tampoco olvidemos que este es un medio cuyo mayor icono es un fontanero que lanza bolas de fuego para matar tortugas y salvar a una princesa, y que varias de las consideradas obras maestras del mundillo le pertenecen precisamente a este personaje.
Seamos sinceros, a todos nos encanta jugar. O quiero pensar que, al menos, a todos los que nos interesamos por los videojuegos. Disfrutamos al máximo cuando estamos ante un título divertido, aunque peque de vago en lo que sea que nos quiera contar o transmitir. Prefiero mil veces un juego honesto consigo mismo y que sea humilde en cuanto a lo que ofrece antes que una supuesta gran historia que al final solo se queda en un alarde de pedantería. Incluso estos últimos acaban pasando por el aro a veces. Sin ir más lejos, Dayo (@Dayoscript) comentaba en su análisis de 'Bioshock' (juego que a pesar de todo me gusta bastante) esa tendencia a que se le considere el baluarte de los videojuegos intelectuales y que hablan sobre temas serios, cuando en realidad parece que ni ese mismo juego sabe de lo que está hablando, y al final no deja de ser un título de disparos en el que tenemos super poderes.
No es un caso especialmente mayoritario, pero existe esa costumbre de valorar menos a los títulos que no tienen ni una profunda historia que ofrecer ni hacen gala de un despliegue narrativo sin igual. Opino que menospreciar a los juegos que solo tienen jugabilidad pura y dura solo por eso es altamente injusto, además de pedante. Se nos olvida que estamos ante videojuegos. Y no, no me refiero a que la diversión deba ser su objetivo principal, eso lo decidirá cada autor, sino a que su núcleo, lo que los hace ser lo que son, está en sus mecánicas jugables. Hay mucho escondido en lo que un juego nos dice con el simple hecho de pulsar un botón para disparar o para salta. Es un acto comunicativo recíproco entre el usuario y la obra. Por eso me gustan mucho los análisis de Víctor Martínez (@chiconuclear), porque incluso de un simple juego de 'Mario', que solamente consiste en una sucesión de plataformas, enemigos y items, puede sacar un gran texto (he aquí un ejemplo). Charlando con él una vez, me dijo que no solía hablar del guión de un título y esas cosas en sus análisis, sino que prefería centrarse en las mecánicas y en qué significan; qué es lo que el juego nos quiere decir a través de cómo se juega. Porque los videojuegos al fin y al cabo tratan sobre eso.
Es muy fácil recurrir también al típico argumento de que estos juegos, los que llevan al ocio por bandera, son un producto de la industria cultural capitalista, que nos aliena como masa acrítica para manipularnos y blah blah blah. Sinceramente, creo que muy coherente debería ser una persona con su vida en todo lo que hace para no estar en contacto con la industria cultural. La susodicha, a través de lo que nos ofrece, transmite una serie de valores que operan casi a un nivel inconsciente y que han influido en prácticamente la totalidad de nuestra forma de vida durante el último siglo. La gran mayoría de títulos están influenciados por esta industria cultural (aunque igual los indies ya son otro cantar) y sus convenciones nacen de una sociedad a la que precisamente esta ha dado forma. Puedes tomártelo lo bien o mal que quieras, pero lo mejor que puede hacer una persona al respecto es simplemente saber verlo, aceptarlo, buscar el lado positivo y disfrutar de aquello que le guste; demostrar que el mero hecho de divertirte con algo y jugar por ello no te convierte en un borrego alienado y sin conciencia. Y si no crees que este tipo de demagogia es tan común, te invito a leer el artículo que mi compañero José Antonio Luna (@JoseA_Luna) escribió sobre PIKACHU MONTANDO CUELLOS.
Disfruto casi cada videojuego al que le dedico mi tiempo. Incluso aunque luego le casque una nota mediocre y le saque aspectos negativos por doquier, siempre le voy a hacer esa concesión; me ha hecho pasar un buen rato. Es algo que valoro mucho. Y sí, mis juegos favoritos de todos los tiempos son aquellos que me han transmitido cosas increíbles, pero eso no quita que me haya divertido con ellos mientras los jugaba. Nada como tener tiempo para jugar a un título y que se te vayan las horas sin que te des cuenta, para que luego te cueste quitarlo porque no quieres parar. Por eso 'Downwell' me parece una de las mayores obras de los últimos años. Por eso en dos semanas le he echado 100 horas a 'Pokémon Rubí Omega'. Por eso las plataformas en 2D son mi género preferido; porque encapsula la concepción de videojuego más pura y sin ningún tipo de pretensión más allá que la de entretenerte. Y, personalmente, creo que hacer algo con la única intención de hacerle pasar un buen rato a otra persona es un acto sumamente bonito. Juguemos todos a videojuegos, coño.