El sábado pasado acabé en un pub de Barcelona siguiendo la retransmisión de la Liga Europea de 'League of Legends'. Más de tres años alejado del espacio eSports me ha valido mucho en lo personal, alejado de conductas tóxicas y agresividad innecesaria — supongo que es parte de la cara oculta de uno de los movimientos más importantes del momento. Pero, más allá de jugar, reconozco que echaba de menos sentir el furor de la escena. De sus jugadores y jugadoras, luchando por la victoria en un campo al que yo también he bajado decenas de veces. Del público vitoreando las acciones de uno u otro personaje.
No fue nada de ello lo que me encontré en el lugar. Había público, por supuesto, pero no tan ferviente como yo recordaba. Quizás se debía a que coincidía con la celebración de Carnaval, quizás a que nos encontramos lejos de las finales. Y por esa misma razón me sorprendí a mí mismo, indagando sobre los cambios en el juego, sobre las mecánicas de aquellos campeones que no llegué a conocer; redescubriendo los eSports.
Más allá de la competición
Siendo sincero conmigo mismo, no es la primera vez que siento encenderse la curiosidad por la escena competitiva. Con la llegada de 'Apex Legends' devoré el análisis del compañero Roberto Pineda con gran interés, atraído por la forma con la que conquistaba la escena. Y el vídeo que dedicaba José Altozano —Dayo— a la escena de 'Super Smash Bros.' es uno al que no puedo evitar volver cada tanto. Queda atrás en el tiempo, pero la pasión con la que habla me resulta contagiosa.
Más allá de eso. He pasado los últimos días siguiendo la escena competitiva de 'League of Legends', la única donde aún mantengo conocimientos, siguiendo retransmisiones y disfrutando de los últimos compases del último campeonato mundial. Viendo como el público reacciona a cada jugada, como los casters resumen cada movimiento, analizando habilidades, objetos comprados y siguiendo todos los choques a una velocidad que casi considero sobrehumana.
Siempre me he mantenido ajeno al deporte, más propenso a practicarlo que a visionarlo. Pero me encuentro en el otro lado de la escena en este caso. De nuevo, puede que se trate del simple hecho de encontrarme en un espacio al que yo mismo tengo acceso. Un campo al que yo, infinitamente más torpe que cualquier jugador de las citadas ligas, también puedo acceder desde mi casa y utilizando esos personajes a los que yo mismo he llevado.
Durante estos últimos días he leído sobre jugadas, partidos y ligas. Pero también lo he hecho sobre experiencias, ilusiones y sueños. Sobre cómo toda la escena competitiva se ha convertido en un cálido abrazo para muchas personas. Hace meses dedicaba esta misma columna a como el videojuego también puede salvar vidas. Ahora, incluso más que en aquel entonces, me siento orgulloso. De ver cómo más allá del ocio y el entretenimiento digital se crean movimientos, comunidades y asociaciones.
Re-descubrir los eSports a estas alturas es, quizás, un concepto abstracto. Muchos de mis compañeros y compañeras podrían haber dedicado una opinión más clara, conociendo más mecánicas, equipos y juegos. Pero para un servidor ha sido una experiencia importante; reveladora. Porque es importante ver cómo el videojuego puede hacer sentir tanto; ver como nos une y nos permite disfrutar bajo la misma bandera. Queda mucho por aprender, mucho para ponerme al día. Pero de momento me conformo con haber descubierto una escena como esta.