El 11 de Diciembre 2018 | 00:44
Aunque la historia del medio de marras es una aún breve, cuenta con sus propias leyendas. Pilares del metraje del videojuego y su evolución a lo largo de los años que lo han convertido en lo que es ahora. 'The Legend of Zelda' es, valga la redundancia, una de estas leyendas. Una entrega inmortal que nos ha acompañado durante más de 30 años maravillándonos con muchas de sus entregas y demostrando que aún tiene mucho que decir con el revelador 'Breath of the Wild'.
Sin embargo, el mérito hace 20 años no estaba en manos de este Héroe del Tiempo, si no del que dejaba el poblado Kokiri al inicio de una aventura sin igual para salvar a Hyrule de las garras del temible Ganon, una vez más. Y es que tal día como hoy, un 11 de diciembre de 1998, 'The Legend of Zelda: Ocarina of Time' llegaba a nuestras Nintendo 64 para cambiar todo lo que conocíamos sobre el medio.
La leyenda del cambio
No todo el mérito era suyo, por supuesto. 'Super Mario 64' habría sentado las bases pocos años antes, pero el salto tridimensional para Link y compañía era toda una oportunidad para la gente de Kioto. Sus ideas, sin desmerecerlas, tampoco eran exactamente una revolución para la saga. Las mecánicas, sobre el papel, se entendían como un legado de sus antecesores 2D y la idea de separar el juego en dos etapas diferenciadas —Link niño y adulto— no era tan diferente del Dark World de 'A Link to the Past'.
Entonces, la magia de 'Ocarina of Time' no residía tanto en lo que incorporaba, sino en como lo hacía. La posibilidad de montar a Epona, de combatir incluso desde su lomo, es un ejemplo de ello. Pero hay más, como la idea de utilizar la primera persona a la hora de utilizar el arco, jugando a favor de la inmersión el jugador y dando uso al joystick de Nintendo 64 frente a las direcciones prediseñadas de títulos anteriores.
La incorporación del sistema tridimensional permitieron a Miyamoto y a su equipo el soñar. Ya no solo existía como metáfora de ese sentimiento que el autor identificaba con sus experiencias de niño en el campo. Ahora era —con las propias limitaciones del sistema— algo real. Dejamos de hablar de derecha e izquierda para mirar al suelo, al cielo. El bumerán ya existía, el arco ya existía. El gancho ya existía. Pero 'Ocarina of Time' reinventó sus conceptos, incluyó la fluidez de movernos en un mundo tridimensional y pensó más allá de lo que conocíamos.
La opción de fijar a los enemigos hizo de su combate algo más preciso. Sus mazmorras obtuvieron un nuevo cariz — que el templo del agua sirva como muestra de ello. No había necesidad de arrasar con aquello que se identificaba con la franquicia. Solo reinventarla.
Pero no solo creció en términos jugables. 'Ocarina of Time' era una obra de un fuerte carácter narrativo. Era un título humano, que incluso se atrevía en pensar en su villano final como algo más que el cliché clásico de la época. Porque Ganon tenía su espacio. Pero también lo tenía Zelda. Lo tenían los Goron, los Zora y, en lo personal, aún recuerdo a Saria con mucho cariño. El título conseguía escenificar la idea de que eran los tiempos oscuros de Hyrule, de que el mundo había caído bajo un manto de oscuridad y nos hacía sentir a nosotros, Héroes del Tiempo, los verdaderos herederos de la idea del cambio.
'Ocarina of Time' es mucho más que todo esto. Es su diseño de niveles, su composición audiovisual, sus mecánicas, su dirección... Podríamos extender este pequeño tributo durante cientos de líneas y seguirían faltando muchos de sus detalles. Pero lo importante, en el ocaso de su vigésimo cumpleaños, es que seguimos recordándolo. No solo nosotros, sus seguidores, sino el medio en si mismo. Porque 'Ocarina of Time' nos permitió soñar, hacernos a la idea de que todo es posible si lo creemos lo suficiente. Y es ese camino el que nos ha llevado hasta aquí. Feliz cumpleaños, maestro.