El 5 de Marzo 2018 | 12:00
Esta mañana he recibido una nota de prensa de AEVI (Asociación Española de Videojuegos) que me ha revitalizado el semblante; según el texto, 36 reputados expertos y académicos relacionados con salud mental de prestigiosas universidades (Oxford, John Hopkins, Estocolmo o Sidney) han mostrado su rechazo al plan de la Organización Mundial de la Salud (OMS) el cual incluiría a los videojuegos en su clasificación de desórdenes mentales.
El estudio ha sido bautizado como 'A Weak Scientific Basis for Gaming Disorder: Le tus err on the side of caution' y aparecerá en la revista 'Journal of Behavioral Addictions'. Algunos de los argumentos que se atribuyen en el estudio para esclarecer la sentencia están apoyados en la falta de aplicación de ningún estándar científico sólido, en la baja calidad de la base empírica existente o en la colisión producida entre la investigación de la propia materia y la posterior formalización como desorden mental. No tiene mucho sentido que se juzgue a los videojuegos como desorden mental a la par que se investiga el problema; para ello sería necesario separar la investigación del problema del marco teórico en el que se apoya.
Otras organizaciones como la Unión de Videojuegos de Brasil, la Asociación de Entretenimiento Interactivo de Sudáfrica o la Asociación de la Industria de Videojuego de Corea del Sur también han mostrado su repulsa al informe de la OMS.
Y todo esto, ¿por qué?
El pasado mes de diciembre el organismo decidió incluir el trastorno por videojuegos como enfermedad mental y lo incluyó en la Clasificación Internacional de Enfermedades, desactualizada desde 1990. El propio periódico El País ya vaticinaba la polémica:
La posibilidad de que los videojuegos generen trastornos patológicos (o incluso adicción) ha sido un asunto largamente discutido y este sería el primer paso firme que se da en esta dirección, que sin duda generará una gran controversia en el ámbito científico por las duda -y rechazo- que provoca la clasificación.