Si hay un género cinematográfico trillado por experiencia (además del relacionado con los zombies) es el de las películas de posesiones demoníacas. Todas son prácticamente iguales, todas consisten en lo mismo, todas acaban igual... Y, aún así, todos los años salen mínimo tres o cuatro. Algunas consiguen tener más bombo en el cine, mientras que otras acaban pasando más desapercibidas, pero siempre están hay. ¿Por qué?, os preguntaréis. O, al menos, me lo preguntaba yo el otro día.
No era capaz de explicarme que, pese a que todas son calcos unas de las otras, continúan saliendo nuevas. ¡Y yo sigo yendo a verlas! No falla: película de posesiones que se lanza, allí que voy a comprar la entrada. Disfruto mucho, paso miedo, pero siempre, al salir de la sala, me descubro a mí misma con la sensación de haberla visto ya. Y es casi como si lo hubiera hecho realmente, puesto que todas se parecen muchísimo entre sí. Hay matices que las hacen ligeramente especiales, pero son matices muy suaves, con lo cual tampoco es que sea del todo relevante.
Pero, ¿por qué sigo viéndolas? ¿Por qué todo el mundo continúa viéndolas? Creo que, al menos en este caso, la respuesta está bastante clara: la gente sigue viéndolas porque funcionan, y funcionan porque hacen referencia a un miedo que la religión, a través de la sociedad, ha introducido en nosotros. Tenemos un miedo atroz al mal, al demonio, y a todo lo que consideramos opuesto al dios católico, porque así se nos ha educado.
La influencia de la religión en el cine
Aunque muchos se señalen como agnósticos, ateos o, simplemente, como no creyentes, lo cierto es que todos mantenemos esos miedos que nos hacen ver que toda la religión que nos enseñaron ha calado en nosotros. Y las películas de posesiones son un ejemplo más de esto.
Los demonios nos dan miedo, nos producen pavor, y si nos dan miedo es por algo: aunque sea ligeramente, creemos en ellos. Creemos en su existencia, y en la capacidad que podrían llegar a tener para poseernos y hacernos perder por completo nuestra autonomía. Tenemos miedo de perder ese alma que, según la religión católica, dios nos insufla a todos al nacer. Porque, sin ella, no existiría tampoco esa promesa de vida eterna, de vida más allá de la muerte.
La religión influye diariamente en nuestra sociedad, en nuestra cultura e incluso en nuestro cine. Esto no es, en sí mismo, algo que rechazar, sino algo que debemos tener en cuenta. Las películas de posesiones son todas iguales y, aún así, continúan funcionando porque seguimos creyendo en ellas. Creemos, por ejemplo, que hay muñecas diabólicas (como Annabelle) que pueden estar poseídas por entidades oscuras que quieren aprovecharse de nosotros; y creemos, a su vez, que si algo malo sucede en una casa, puede tener que ver con sucesos anteriores que allí tuvieron lugar. Porque creemos en las almas, y en que estas se pueden quedar estancadas si pasan por sucesos traumáticos (aunque esto no es algo que la religión defienda exactamente).
Hay estudios que hablan de que, poco a poco, la gente es cada vez menos religiosa. No obstante, la religión católica ha dejado una huella en la sociedad occidental que va a tardar en borrarse muchos siglos, o que incluso nunca se borrará. Porque ha conformado, en sí misma, multitud de mitos, supersticiones y miedos que habitan dentro de nosotros como si realmente siempre hubieran estado ahí. Como el miedo a los demonios, por ejemplo, un miedo que comparten prácticamente todas las religiones.