El 22 de Enero 2018 | 17:48
¿Quién está listo para una dosis de film noir mezclado con distopía cyberpunk y un toque de humor oscuro? Tal vez ninguno de nosotros puede prevenir qué se le viene encima cuando le toca hacer funcionar 'The Red Strings Club'. Pero cuando lo empezamos, nuestro deseo por continuar es ya imparable. Y es que mezclar géneros no está mal, pero si tenemos incluso "gracia" para ello, el resultado es a todas luces mejor. Está muy bien plantearse esto pues estamos ante un auténtico ejemplo de puzzles y manualidades que sirven como conexión entre cientos de diálogos y profundas reflexiones no exentas de alguna que otra acidez. De las de risa, no de las de tomar un Almax tras ir a casa de la suegra a comer.
Seamos fans del estilo de cine o literatura que sea, todos guardamos, sea por influencia directa, sea por conocer algún ejemplo cómico anterior, cierto cariño a algunas actitudes y personajes del pasado cuando vemos a un tipo que toca el piano y cuenta qué tal ha ido todo hasta el momento. Da lugar a una atmósfera que parece sacada de aquella canción de 'El Hombre del Piano', y si bien quien suscribe no se en absoluto fan del tema musical, sí que hay que reconocer que sabe reflejar esa sensación de bar nocturno y trabajador como la que vemos al iniciar nuestra aventura. Aunque rápidamente, esto se funde con un estilo cibernético que nos hace recordar 'Blade Runner' o incluso 'Deus Ex'. Claro está: el género aquí manda. Diálogos, más diálogos, elecciones y ciertas maniobras de ratón que no llegan a revestir una gran dificultad.
Lo que podría parecer una escena de 'Cheers' se vuelve así el inicio de una investigación a base de recuerdos y averiguaciones varias por una multinacional que desarrolla androides con capacidad de elección... y a la que se le ha escapado uno de ellos. Esto no sin antes hacernos comprender una de las mecánicas: la preparación de copas. Aunque no use datos reales, claro está; no vais a terminar de jugar y ser capaces de marcaros un Caipirinha digno de 'Archer', sino a estudiar direcciones, controlar con el ratón la inclinación de la botella sobre el vaso, dar con la cantidad exacta y atacar a las necesidades del cliente. En este bar no se sirve al azar; se sirve lo que quien paga necesita. Para ello, usamos un nivel de concentración que nos permite notar los problemas de nuestro interlocutor.
Más puzzles, esto no se ha acabado
El siguiente estilo de puzzle es el de la manufactura de objetos, una suerte de "órganos falsos" que introducimos a nuestros clientes a modo de mejoras (venga, digamos aumentos como un recuerdo a la citada saga 'Deus Ex') para que la persona consiga lo que quiere (y por lo que paga, por ende). Nuestro cerebro nota una mezcla de risa y lástima cuando el primer paciente/cliente lo que quiere es algo para potenciar su atractivo en las redes sociales y ganar más seguidores. Sí, 'The Red Strings Club' dialoga con el usuario de ordenadores de 2018, mostrándole lo ridículo que es todo en la actualidad en lo que a redes sociales y empresas se refiere. Añadamos además otro estilo de puzzle muy llamativo: uno con líneas rojas (de ahí el nombre del juego), que básicamente supone conectar las diferentes historias que tenemos en pantalla en orden para que tengan sentido.
Una experiencia narrativa hasta el extremo
Contar demasiado sobre cómo vamos a vivir el intento por provocar la caída de la multinacional en cuestión haría que el juego perdiese interés, así que lo que os vamos a recomendar es disfrutar el argumento al máximo, pues todos los diálogos tienen conexión entre ellos, las historias son interesantes y dan que pensar. Pero sí que vamos a analizar la propuesta jugable. El título bien podría ejecutarse en cualquier PC de hace décadas. Estamos ante un apartado técnico que con el estilo retro, lo que consigue en realidad es sacudirse la necesidad de emplear un motor Unity (que por otro lado habría tenido un efecto sorprendente) para incluso simular las físicas y su efecto cuando interactuamos con los materiales. Resulta a veces curiosa y casi innecesaria la inserción de estos minijuegos que parecen sacados de un videojuego para teléfonos móviles de hace más de una década: rompen en gran medida el ritmo (pausado, de por sí) de un título que tiene como punto fuerte la manera en la que se representa la decadencia de la sociedad.
Técnicamente retro y simple
Todo esto mediante pixels y con un aire a aventura gráfica de finales de los 80 que uno siente que va a poner la televisión y volver a ver a Curro, la mascota de los juegos olímpicos durante los preparativos para Barcelona 92. Eso, o que nos vamos a cruzar con las tempranas versiones de Guybrush Threepwood o Larry por algún sitio. Todo se ve aderezado con un fuerte colorido que combina tonos oscuros con un tono críptico en los personajes, cuyos movimientos están sorprendentemente bien representados para el estilo indie-retro de que hace gala el producto. El sonido también tiene un estilo de aventura gráfica (los diálogos los vamos a leer, y por suerte, en castellano) con piezas tranquilas y otras que parecen inspiradas en Vangelis para las zonas más modernas.
Conclusiones
Sin duda estamos ante una experiencia de duración media (cerca de cuatro horas, pero para su estilo, más largo habría supuesto demasiado) y con un interesante sistema en el que lo verdaderamente importante es la narrativa, y todo lo demás sirve como adorno, potenciador o válvula de escape de la presión.
Muy interesante, recomendable y sobre todo, un homenaje a las aventuras de hace un par de décadas.
Lo mejor:
- A nivel narrativo es fascinante.
- Buena ambientación.
- Ideal para fans del retro.
Lo peor:
- No es demasiado largo.
- Los puzles a veces parecen sobrar.
- Desarrollo a veces demasiado sencillo.