A lo largo de los diez capítulos de su primera temporada, 'The Handmaid's Tale' ha demostrado ser una serie con la fuerza suficiente como para criticar abiertamente el machismo y el patriarcado y, a la vez, mantener a los espectadores atentos y expectantes. Las críticas sociales no suelen ser tan llamativas como las series de entretenimiento, pero con esta, los guionistas han conseguido demostrar que se puede hacer.
Gilead es un Estados Unidos distópico, donde la religión más extrema domina absolutamente todo a su paso. Los hombres han tomado el poder, relegando a las mujeres a tres papeles fundamentales: esposas, vientres de alquiler y prostitutas. Hay algunas excepciones, puesto que también hay mujeres que se dedican a la educación, y mujeres que trabajan como amas de llaves, pero poco más. La humanidad ha sido castigada con una de esas famosas plagas de Dios; en esta ocasión, la plaga de la infertilidad. No nacen bebés, y los pocos que nacen, en ocasiones están enfermos. Poco a poco, esta situación comienza a ser preocupante.
Los hombres (y algunas mujeres) comienzan a decir que la culpa de esta plaga es la maldad humana, el libertinaje, el hecho de que las mujeres hayan pasado a alcanzar posiciones más allá de la de amas de casa y madres. Las mujeres se encontraban antes de Gilead tal y como nos encontramos nosotras ahora mismo; eran libres, podían estudiar, trabajar, y tener acceso a un futuro, igual que los hombres. Y, según esta especie de secta de religiosos, ese es el principal problema a la hora de engendrar hijos. Que las mujeres sean tan libres no es lo que Dios quiere, y se los hace saber mediante la infertilidad.
Lo que nadie se plantea, en ningún momento, es que quizás el problema no resida en el útero de las mujeres, sino en el semen de los hombres. Hay momentos en la serie en los que esto se sugiere, pero no deja de ser apenas un susurro a escondidas; cualquiera que se atreva a decirlo en voz alta corre el riesgo de ser castigado físicamente. Porque de comenzar a rumorearse que el problema está en los hombres, su reinado correría peligro.
June es la protagonista de la serie, junto a sus compañeras. Muestran la crueldad de los hombres, cómo se las trata como animales, como si su vida no importara; su único cometido es engendrar hijos, uno tras otro, para repoblar la Tierra. Poco importa que esos hijos se consigan mediante la violación, o que ellas luego no vayan a tener la oportunidad de criarlos. A lo largo de diez capítulos, se muestra cómo June pierde toda su fuerza y, poco a poco, vuelve a recuperarla. Sabe que no hay otra alternativa, que si ella no lucha nadie lo hará. "No deberían habernos dado un uniforme si no querían que nos convirtiéramos en un ejército", señala, y no hay frase más acertada.
Pese a que el último capítulo queda abierto, ha sido también un estupendo cierre para la temporada. June y el resto de criadas se niegan a lapidar a Janine, una joven que, en el capítulo anterior, intentó suicidarse para tratar de escapar de las garras de Gilead y su policía. En lugar de arrojar las piedras, las dejan caer. Un pequeño acto de insubordinación que podría acabar siendo muy peligroso para aquellos que se encuentran en el poder, puesto que muchas veces no hace falta más para dar más fuerza a aquellos que quieren luchar.
La unión entre mujeres, la única alternativa
Aunque pueda parecer que esta serie no tiene nada de real, aunque pueda parecer que no es más que ficción, no es cierto. Ya hubo un tiempo en el que las mujeres estuvieron sometidas hasta ese punto, y aún a día de hoy la libertad no es total. Como bien explica Amelia Valcárcel en 'La memoria colectiva y los retos del feminismo', las mujeres fueron consideradas durante mucho tiempo "hijas o madres en poder de sus padres, esposo e incluso hijos. No tenían derecho a administrar su propiedad, fijar o abandonar su domicilio, ejercer la patria potestad, mantener una profesión o emplearse sin permiso, rechazar a su padre o marido violentos. La obediencia, el respeto, la abnegación y el sacrificio quedaban fijados como virtudes obligatorias".
En este caso, Valcárcel no escribía ciencia ficción o fantasía, sino historia. La abnegación es en Gilead algo totalmente necesario, pero también lo continúa siendo en otras partes del mundo. El sometimiento de la mujer es un hecho, pese a que se ejerza de formas diferentes. Si en Gilead las mujeres no pueden más que seguir unos papeles determinados, en el mundo real deben cumplir con las expectativas que los hombres tienen de ellas. Tienen que cumplir unos cánones de belleza, tienen que aparentar ser indómitas (aunque luego deban dejarse domar fácilmente), tienen que ser buenas esposas, buenas madres y, sobre todo, buenas amantes. En caso contrario, sería "comprensible" que los hombres buscaran fuera de casa lo que no le dan dentro (tal y como hacen en Gilead).
La situación de Gilead no nace de ningún designio divino, por mucho que usen a Dios como una especie de autoridad superior capaz de justificarlo todo. La situación de Gilead nace con un golpe de Estado, y con la toma de poder por parte de los hombres; estos, teniendo la fuerza física y legislativa, someten a las mujeres para que cumplan con lo que ellos consideran "sus obligaciones". Es decir: ser madre, ser esposa y satisfacerles sexualmente. Aunque en este caso tienen a una mujer para cada cosa.
Los sometidos siempre acaban tomando el poder
Mas, al igual que ha pasado en repetidas ocasiones en la vida real, los oprimidos siempre acaban levantándose. Llega un punto en el que no cabe más sumisión, más vejaciones, más torturas; el ser humano tiene un límite, y las criadas de Gilead ya han llegado al suyo. Han soportado lo indecible, pero la paciencia tiene un fin. Esto ya sucedió en su momento, y las sufragistas son buena prueba de ello. Ida Alexis Ross Wylie lo explicó perfectamente en un número de Harper's Magazine del año 1945, hablando de las sufragistas: "Ante mi asombro, he visto que las mujeres, a pesar de la falta de entrenamiento y del hecho de que durante siglos no se podía hablar de las piernas de una mujer respetables, podían, en un momento dado, correr más que un policía londinense.[...] Su capacidad para improvisar, para guardar el secreto y ser leales, su iconoclasta desprecio de las clases sociales y del orden establecido, fueron una revelación para todos, pero especialmente para ellas mismas".
Ante situaciones límite, el ser humano siempre acaba demostrando su fiereza y su fortaleza, y eso es lo que parece que en 'The Handmaid's Tale' vayan a hacer las criadas. Están cansadas de estar sometidas, hartas de que las violen y las traten como úteros sin sentimientos, de que las obliguen a matar a sus compañeras, de que no las dejen vivir en libertad. Y la única alternativa que tienen, la única alternativa que siempre tienen los oprimidos, es acabar con el opresor. Por la vía pedagógica o por la vía de la fuerza.
Habrá que esperar hasta la segunda temporada para ver cómo continúa la serie, pero realmente promete, y mucho. El final es muy abierto, y no se llega a intuir si Nick realmente está apoyando a June o la ha vendido a las autoridades; sea como fuera, será muy ilustrador ver cómo las mujeres consiguen librarse del yugo del patriarcado. Porque si algo nos ha enseñado la historia es que todos los opresores acaban cayendo, tarde o temprano. Solo es cuestión de tiempo. Los grandes imperios no son eternos.