El 4 de Septiembre 2016 | 19:30
Es incómoda y fascinante la capacidad que los narradores de historias tienen para lograr que el espectador empatice con el personaje que, según las reglas morales, es el incontestablemente el "malo" de la historia. El truco es fácil y evidente: jugar siempre en la escala de grises, mostrando la cara más humana, el origen de las motivaciones, y el hecho de que una persona actúa, en buena parte, a razón de las circunstancias. En esa doble moral morbosa se cuentan las mejores historias, al menos algunas de ellas. Ver cómo Michael Corleone, un buen chico, acaba, casi sin darse cuenta, convertido en el Don de la familia, y como si Coppola fuese un titiritero y nosotros meras marionetas, tomamos partido una y otra vez entre diferentes rostros de una familia compuesta indiscutiblemente por criminales. Ahí situamos a 'Narcos', de Netflix, en la incómoda empatía sobre uno de los hombres más peligrosos de la historia reciente. Acaba de estrenarse la segunda temporada de la podemos considerar una de las series más esperadas del año, y en que han bastado apenas 48 horas me he metido los diez capítulos que la componen entre pecho y espalda. 'Narcos' vuelve a funcionar, y lo más interesante es que lo hace bajo nuevas reglas.
Un giro en la segunda temporada
La primera temporada de 'Narcos' es la épica y la estética de la vida de Pablo Escobar en su sentido más grandilocuente y ostentoso, mientras que la segunda narra la caída de un rey. La visión que da la serie de Netflix de Escobar es la de un hombre interesado en el dinero, pero cómodo con la posición social. Existe una circularidad en su personalidad, en la que hay un baile entre la jerarquía de sus valores: ¿qué le interesa a Pablo Escobar más, los miles de millones que amasa en fortuna o el reconocimiento de la gente? Sería simplista analizar el personaje que muestra la serie como un hombre que se acerca a las clases humildes de Medellín por mera ambición estratégica en una carrera política, o por, simplemente, lavar la mala imagen generada en la raíz del negocio de la droga. El matiz que hace interesante a 'Narcos' es que el dibujo extremadamente narcisista que aporta la serie para el personaje. El personaje de Pablo Escobar no sólo era apodado el Robin Hood paisa, creía firmemente que lo era. Se veía, una y otra vez, como un hombre todopoderoso. Por momentos lo fue, en Colombia, pero el quiebro lo encontramos en esta segunda temporada, ya que incluso en los momentos de mayor flaqueza, sus su autoconcepto endiosado pervive firme.
El contraste entre la primera temporada y la segunda se traduce en, incluso, un salto de género entre ambas remesas de capítulos. Esta segunda temporada se escapa de la típica trama de bandas, y nos lleva un thriller de persecución de escuchas y confidentes. Primero prácticamente la totalidad de la trama la vivíamos desde el punto de vista de los delincuentes y cómo crearon, desde cero, una jerarquía y un negocio organizado. En la segunda temporada la óptica se posa sobre los cazadores, y Escobar es la presa. Con los cimientos asentados sobre 'The Wire', en 'Narcos' trasladan a los tortuosos barrios de Medellín la investigación policial logística. Hacen de tensión elemento principal, tirando de la cuerda cada vez más a medida que nos acercamos al desenlace.
Cazadores y presas
Comentaba el equipo creativo en entrevistas previas al estreno que el principal cambio en la serie está en que, si la primera temporada abarcaba el rango de varios años en la narración, lo que sucede en estos nuevos capítulos se desarrolla a través de sólo unos meses. Los meses inmediatamente posteriores a la salida de prisión de Pablo, y justo cuando comienza una huida sin descanso que deja un reguero de sangre a su paso.
A lo largo de los diez capítulos se suceden también nuevos agentes implicados en la caza a Pablo Escobar, como la vengativa matriarca de la familia Moncada o los Pepes. Se renueva buena parte del casting, pero de entre todos ellos vuelven a destacar los dos valores principales que se descubrieron en la primera remesa de capítulos: Boyd Holbrook, como el agente Murphy, sigue desenvolviendo un gran papel, y, sobre todo, Wagner Moura, el actor brasileño que interpreta a Pablo Escobar y ha sido el mayor descubrimiento de la ficción. Moura logra una aproximación excéntrica y creíble a escobar, cargada de dejes y gestos muy marcados, que muestran una inmersión con el personaje dándole una profundidad que está muy lejos de la mayoría del casting, muy correcto, por otro lado. También me gustaría dedicarle un par de líneas a los sicarios de Pablo, Diego Cataño como La Quica y Leynar Gomez como Limón, ambos con un peso crucial y bien desenvueltos.
La idea sobre la que se vuelve una y otra vez es sobre la faceta más familiar de Pablo Escobar. Mientras los negocios del narco caminaban a toda vela podíamos ver la importancia de su familia, pero sin llegar a comprenderla realmente. Esa lealtad por los suyos. Sin embargo, es el los momentos de flaqueza cuando realmente se muestran los valores más profundos, y el Pablo más feroz de Moura, el genocida, sale como una loba rabiosa cuando su familia está en juego. Tirando de los hilos familiares de Escobar, bastante complejos, aprendemos también el origen del delirio de grandeza de un hombre inseguro que sueña con ser el Nelson Mandela colombiano. Querido por el pueblo.
Multicultural
De nuevo, lo que eleva esta serie es su carácter multicultural. Sería imbécil que Netflix hiciese lo mismo que cualquier network americana desaprovechando el impacto global de la plataforma, y 'Narcos' es justo el tipo de proyecto que jamás sería posible en un canal convencional. Es un riesgo evidente grabar una serie con equipo colombiano y norteamericano de ambos lados de la cámara, en dos idiomas, y en las calles de colombianas. Sin embargo, la combinación genera una mezcla explosiva y creíble. Este es el gran valor de 'Narcos': quien arriesga, gana.
Sin embargo, la pega de los nuevos episodios también es evidente: probablemente con ocho capítulos hubiese sido más que suficiente para condensar la misma historia. Hay un momento en la primera mitad en la que el ritmo baja con todo lo relativo a la introducción de los Pepes, reverberando sobre ideas que no necesitan tanta explicación, y profundizando hasta puntos que no son en absoluto necesarios.
Conclusión:
Puede que por el factor sorpresa que causa una nueva serie cuando es de calidad, puede que por ese parón de ritmo a mitad de temporada del que hablábamos, pero si la pregunta es ¿primera temporada o segunda? la respuesta es la primera. El formato de la serie trajo un bocado muy refrescante como para lograr repetir hazaña al mismo nivel. Sin embargo, la segunda temporada que han planteado en Netflix se convierte también en un imprescindible básico. Cambiar el concepto radicalmente entre la primera y segunda temporada es la muestra evidente de que se persigue ofrecer una serie de calidad; si en la primera temporada conocimos a Pablo y sus cercanos, esta aproximación más íntima nos sumerge a la vertiente más personal del narcotraficante, aportando una profundidad a la historia y sus personajes que agradezco. La segunda temporada de 'Narcos' confirma que es uno de las producciones estrella de Netflix por mérito propio.
Lo mejor:
- Sigue mostrando una amplia escala de grises entre los que se suponen "buenos" y los que se suponen "malos". - Ser una producción multicultural sigue siendo el mayor valor de la serie. - Nos acerca a una óptica más profunda de los personajes. - Rompe con la primera temporada, pasando de una historia sobre narcotraficantes a un thriller policial.
Lo peor:
- Los hermanos Castaño (los Pepes) no están a la altura del resto del casting... - ...su trama es demasiado larga, echando el freno al ritmo de la serie a mitad de temporada.