La continuación de la fantástica y terrorífica adaptación de Netflix de 'Las escalofriantes aventuras de Sabrina' empezó con un insulto al sentido común, y tras ver el resto de episodios lo único que puedo decir es que va a peor. La serie diverge de la trama que planteaban los cómics de Aguirre-Sacasa y demuestra que a veces es mejor mantenerse fiel a sus orígenes en vez de divagar en lo absurdo. En esta nueva temporada desaparece hasta la encantadora estética noventera halloweenesca que nos enamoró el año pasado, y ocupa su lugar una historia llena de incongruencias camuflada bajo una capa de «feminismo» barato.
Porque la premisa esta vez es que el padre Blackwood —que no necesitaba más motivos para caernos mal— se vuelve ultramisógino de la nada y emprende una cruzada para denigrar y ridiculizar a todas las brujas. Esto aparece en el primer episodio con toda la historia del paladín (que nunca vuelve a mencionarse, así que además toma relleno) y se mantiene hasta el final, a pesar de que desafía (destruye) la caracterización de su personaje y de los que le rodea.
Y es que buena parte del problema de esta temporada es justo eso: los personajes y su evolución se vienen abajo por completo.
Pérdida de sentido y de respeto
Sabrina, por su historia, es un personaje muy complicado de escribir. Creada en los noventa, tiene muchos rasgos que hoy asignaríamos a una Mary Sue, como el hecho de ser mestiza, especial y tener uno o muchos talentos innato que le granjean la admiración y/o la envidia de quienes la rodean. Aún así, con un poco de cabeza se puede evitar cruzar la línea que lleva la carisma y el encanto naturales a ser ridículamente perfecta.
Pero no en esta temporada. Sabrina no es que se vuelva Mary Sue, es que se convierte en la reina de todas las Mary Sues. O en su heraldo, como prefiráis; será que no le sobran títulos. Por Dios, si es que su especialidad es tal que adopta el rol de Jesucristo en versión satánica, milagros y resurrección incluidos. Vale que estamos en una serie de fantasía y magia, pero incluso dentro del género hay que obedecer ciertas normas. Convertirte en el mesías de un día para otro sin más explicación que «es que es mitad humana mitad bruja/hija de Satanás, algo que no ha tenido precedentes en billones de años» no resulta creíble, se mire por donde se mire.
Pero el problema no es exclusivo de Sabrina. Como hemos dicho antes, el padre Blackwood es otro gran ejemplo. En la primera temporada era un enemigo intimidante y peligroso, y aquí se vuelve un machirulo tan caricaturesco que apenas da risa. No me puedo tomar en serio a alguien que de un día para otro decide cambiar los dogmas de su religión —que para él es casi su vida entera— por unos de misóginos. Que sustituye la estatua de su dios por una de sí mismo con una mujer desnuda arrodillada ante él. Que quiere que sus mellizos bebés se casen para que la niña quede subyugada al niño y siente un precedente para toda la comunidad. Que tiene una rabieta cuando su señor considera que sus cambios son inútiles y estúpidos y asesina con veneno (arma de mujer, oh) a todos sus estudiantes para luego huir con el rabo entre las piernas. Creo que no hace falta que siga, aunque hay muchas más perlas.
Para ser sincera, los únicos personajes que valen la pena a estas alturas son Lilith, Hilda y Zelda —que siguen siendo las tres fantásticas—, y Theo. Iba a incluir a Harvey y a Roz también si no fuera por la desagradable faceta celosa del primero y la repentina cura de los ojos de la segunda, que acaba de un plumazo con la mitad de su arco personal. En particular Theo ha sido una agradable sorpresa, ya que su salida del armario se ha tratado de forma muy positiva, y por una vez los personajes LGBT (trans en este caso) no se ven rechazados ni por su familia ni por sus amigos. ¡Aleluya! Lástima que no hayamos visto más de su relación con el fantasma de Dorothea, que apenas ha aparecido unos segundos en pantalla, y que todo haya tenido que ver con su identidad de género. Pero en fin. Al menos no han forzado un romance con su bully.
En cuanto a los demás, poco hay que decir. Nick es soso, irrelevante y predecible hasta decir basta, Prudence y sus hermanas retroceden hasta convertirse de nuevo en las brujas odiosas del principio de la serie y atraviesan exactamente el mismo arco otra vez, Satán deja tanto que desear que lo intentan cazar con una Pokéball... y el resto del elenco es casi invisible. Es bastante triste que para realzar a Sabrina se simplifique tanto a los demás, en especial si ella tampoco da la talla. La trama es una montaña rusa de ideas sin desarrollar (como la del paladín o el Adán creado por Lilith) o de puro relleno (como el episodio de la vidente), que llega a su final con un espejismo de que todo estaba planeado desde el principio. Sí, seguro que lo de la primera temporada eran «milagros para desatar el apocalipsis y el regreso de Satán en el cuerpo de un veinteañero sexy». Seguro que sí. No es una sacada de manga como una catedral.
Ah, y hablando de sacadas de manga...
¿Feminismo o machismo oculto a plena vista?
El mensaje principal de esta temporada aboga por el feminismo. Eso es bastante evidente. Y me parece estupendo que sea así, pero no cuando se trata de un falso feminismo rollo 'La Bella y la Bestia (2017)', que al final hace más mal que bien. 'Sabrina' lucha abiertamente contra el patriarcado y la opresión hacia las mujeres a través de todos sus personajes, pero lo hace de una forma tan exagerada que da cringe. Por ejemplo, cuando Zelda se convierte en la sumisa esposa de Blackwood. Para empezar, ¿de verdad tengo que creerme que Zelda Spellman, que se casaba por pura ambición con un hombre cuyo poder y mentalidad conocía de sobra, no iba preparada para contrarrestar un maleficio así? ¿Y todo para reírnos el cliché de devota mujer que lleva vestidos de flores, que está más que obsoleto excepto para la derecha más extrema?
¿Y cuando Lilith entona su monólogo sobre cómo el matrimonio somete a la mujer y le arrebata todos sus derechos? Dios santo. Vale, tiene su pase porque rememoraba su época con Satán pero... ese es un diálogo real en una serie dirigida a jóvenes. Jóvenes que hace sólo un par de episodios han visto lo divertido y moderno que es comprometerse a tener sexo (sin protección, presumo) con gente aleatoria disfrazados de furries. ¿Y ahora lo juntamos con que el matrimonio actual es machista? Háblame de la ablación, Lilith, de renunciar al apellido, a la familia y a la vida, de los matrimonios infantiles. Entonces te aceptaré tu monólogo. Pero no demonices una costumbre inofensiva sólo porque empiece a pasar de moda. Eso, todo eso, es decir a las chicas cómo y qué pensar.
Me parece perfecto que se trate el feminismo de una forma tan abierta y tan llamativa, pero si nos consideramos feministas hagámoslo bien, y no a medias tintas. En vez de proclamar lo mucho que luchamos contra el patriarcado y de dotar de poderes inconmensurables a nuestros personajes, hagamos cambios de verdad, significativos. Pongamos a personajes femeninos siendo amigas entre ellas, no odiándose por popularidad o teniéndose celos porque una está con el ex de la otra. No matemos ni violemos a más madres para que sus hijos e hijas las usen como motivación. No separemos más a hombres de mujeres ni nos radicalicemos, porque ser feminista es cosa de todos y no de la mitad.
'Las escalofriantes aventuras de Sabrina' no ha sabido ser feminista, no esta temporada. Las bases eran buenas, pero no casan con la temporada anterior y excusa todos sus fallos con una capa de corrección política que no es precisamente de ayuda. Es bifóbica, machista e innecesaria.