Netflix sigue apostando por la producción cinematográfica, ahora con el estreno de '1922'. En este caso particular también vuelve a sumarse a la adaptación de Stephen King, tras el reciente estreno en la plataforma de 'El Juego de Gerald', basada, igual que esta, en una historia de King. Así, directa al streaming llega la nueva obra del jovencísimo Zak Hilditch, que logró labrarse un hueco gracias a 'Las Últimas Horas'. El futuro para Hilditch sigue siendo prometedor dentro del cine de género género, ya que en una propuesta arriesgada como '1992' logra coquetear con sus límites, y salir airoso de una cinta tremendamente dura.
'1922' no es una obra maestra. Se aleja mucho, de hecho. Pero sí es una de las películas más impactantes que se han dejado ver en mucho tiempo. En mucho. Un relato de un asesinato, un asesinato cometido en 1922. Wilfred James, al que da vida el actor Thomas Jane, un hombre hundido, maldito, cuenta su propia historia de terror: cómo planificó y perpetró el asesinato de su mujer con la ayuda de su hijo.
América profunda
Una familia de tres, Wilfred y Arlette James, matrimonio con un hijo adolescente: Henry. Una familia de granja que a través de una herencia recibe un trecho de tierra que puede cambiar su vida en dos direcciones: vendiendo y emprendiendo una nueva andadura urbanita, algo que seduce a la mujer dispuesta a vivir los felices 20 en el meollo de las ciudades modernas en plena construcción; o, como segunda alternativa, aprovechar esa tierra para trabajarla y lograr ser una familia granjera mucho más desahogada, que es la postura defendida por el hombre. Molly Parkerhace interpreta un papel genial como Arlette, mostrando con solvencia la mujer independiente de su tiempo; lo mismo sucede con Thomas Jane en el rol de Wilfred, este con la mirada fría de la mezquindad. Muy atrás, sin embargo, Dylan Schmid, dando vida al hijo de la familia en base a una actuación bastante olvidable.
De este conflicto presentado pronto emerge la palabra "odio" de la boca de Wilfred. Un hombre orgulloso, con un claro sentimiento de inferioridad, interpreta como desprecio lo que simplemente son las opiniones de su esposa el desprecio, y rápidamente concluye con su asesinato como única salida. El primer elemento verdaderamente interesante es el camino psicológico con el que Wilfred racionaliza la ruindad. Cómo se comienza a obsesionar con la idea de matar a su esposa, ofreciendo uno de los dibujos más despreciables que se ha visto en un personaje en tiempo. No hay lugar alguno para empatizar con Wilfred, y quien empatice en algún punto esconde un problema muy serio. La película, al centrarse en la perspectiva del asesino, acierta convirtiéndose en una cinta francamente incómoda, desagradable, por momentos repugnante, y a la vez una experiencia necesaria.
El hijo adolescente
El segundo punto de interés es el que verdaderamente construye la película: el papel del hijo adolescente. Un chico de unos 15 años y su primer amor en el pueblo. El primer amor, el más intenso. Evidentemente el traslado a la ciudad separaría al joven de su novia, y exactamente con esa baza juega su padre. El camino de manipulación en el que el padre de la familia convence a su hijo para que, ambos, juntos y decididos, acaben con la vida de su madre es algo que me dejó trastornado durante días. El debate interno de un chico adolescente entre el amor por su madre, sus egoístas intereses y la autoridad de su padre, figura de referencia absoluta en su caso, y algo muy determinante en la sociedad americana más conservadora de los años 20'. Todo somete al joven a una presión que sólo podía encontrar como desenlace la participación en un crimen que padre e hijo perpetran conjuntamente.
Es difícil ante una película como esta no tratar de extrapolar lo que ahí nos narra al momento actual, a la sociedad actual con un profundo problema de discriminación machista y violencia congénita contra las mujeres. Es genuinamente desagradable imaginar los razonamientos de un maltratador, justificaciones rabiosamente egoístas; es terrorífico imaginar la manera en la que se puede llegar a manipular a los niños en casos como este. Sin embargo, también resulta muy fácil comprender que esa manipulación con la que el padre somete a su hijo es muy factible en un escenario real: los padres y madres como figuras de autoridad disponen de la capacidad, si no son responsables, de moldear la conducta hasta límites enfermizos.
Todo este camino hace de '1922' la película más grotesca del año, sin que abuse de las escenas especialmente violentas o visualmente desagradables. Es una cinta que apela al terror en un sentido emocional, que logra que un escalofrío de rechazo recorra la espalda en varias ocasiones, y que, cuando intenta aprovechar una imagen visual desagradable, que lo hace en momentos clave en base a objetos fóbicos muy comunes, estas imágenes toman todavía más fuerza por el estado emocional de devastación al que el espectador está sometido.
La segunda mitad de la película pierde mucha fuerza, eso sí, y en general la cinta es un ejercicio cinematográfico mejorable con un ritmo muy desigual y sin grandes alardes; sin embargo, aproximar una visión muy cercana de una problemática muy contextualizada en nuestro mundo, 2017, de la manera más visceral y ruin, aporta vigencia y relevancia al filme de Zak Hilditch, que no puede ser más que maravilloso.
Conclusión
A lo largo del artículo todos los adjetivos con los que me he referido a lo que sucede en los 80-90 minutos que dura son indiscutiblemente negativos: repugnancia, horror, mezquindad... Sin embargo, es necesario ver esta película. Es socialmente terapéutico, ya que mentes pasivas frente a la violencia del género quizá activen sus ideas en un proceso de inundación a través de este caso ficcionado. Ver '1922' me impactó, me devastó emocionalmente durante días, mientras siento también que es una de las experiencias más importantes y necesarias que esté 2017 me ha regalado frente a una pantalla.