El 5 de Diciembre 2017 | 21:50
¿En qué punto un videojuego es o deja de serlo? Hoy tengo que empezar de forma algo paranoica. Puede que incluso de forma reflexiva, con tono de pregunta, y hasta a base de filosofía. Porque acabo de jugar a 'Ode', y a partir de ahora ya nada va a ser igual. He jugado a 'Journey', también a 'Rez', a 'flOw' o a 'Abzû'. Y por supuesto no he dejado de disfrutar de títulos como 'Murasaki Baby', 'Thomas Was Alone'... Hablar de 'Inside', 'Limbo' o 'Braid' seguramente serían palabras mayores, pero el caso es que 'Ode' tiene un poco de todos y al mismo tiempo de ninguno de ellos. Es una nueva experiencia sensorial, que bajo un pretexto de ofrecer un desarrollo más bien visual, sonoro y relajante, acaba aportando más jugabilidad que la gran mayoría de los citados -excepto los tres últimos, claro está.
Una oda a la vida
Responder a la pregunta con la cual he iniciado el análisis es complicado. Hemos visto durante muchos años como el sector daba unos cuantos giros de guión. Antes todo se basaba en la jugabilidad. Y a nivel sonoro, prácticamente todo desarrollo se sostenía en la música. Hoy, todos los elementos normalmente propios del cine están también presentes en los grandes lanzamientos (doblajes, captura de movimientos...). Incluso podríamos hablar de géneros y tendencias. Pero seguramente, si tuviéramos que discutir qué es lo que hace que un videojuego siga siendo siempre un videojuego, la respuesta sería "el control". No el control del pad o del personaje en sí mismo, no -que también. Más bien me refiero al control de todo lo que nos rodea; del mundo que han creado con el juego; de la toma de decisiones; de la implicación dentro no solo del protagonista, sino de todo lo que ocurre. Es un juego porque somos nosotros el que jugamos y lo acompañamos. No así como un libro o una película en la que seguimos únicamente lo que ya está escrito.
Y desde mi humilde punto de vista, la mejor forma de explicar a la gente qué es 'Ode' y el porqué deben o no probarlo es esta: la esencia de un videojuego pero contada de forma metafórica. Una construcción continua de elementos, sonidos o saltos, que van tomando forma a medida que nosotros interactuamos con su mundo. Toda una alegoría de la vida, contada en un juego que va a gustar a todos aquellos que estén buscando algo distinto y relajante; pero que también deben tener muy en cuenta todos los fans de los plataformas 3D de antaño. Porque esa es la gran diferencia de 'Ode' con respecto a otros títulos zen o musicales. En otras palabras, podríamos decir que es un plataformas que basa su atractivo más en la experimentación que en la habilidad; que se siente más cómodo insinuando que mostrando. Pero un plataformas al fin y al cabo. Es el jugador el que, sin saber muy bien qué está pasando, debe interpretar qué nos está transmitiendo cada sonido, cada salto.
Más allá de las estrellas
El argumento del juego es más bien una "interpretación" que una realidad. Nosotros encarnamos a 'Joy', una estrella -de forma esférica- que vive dentro de una burbuja a lo 'Super Monkey Ball' y que ha aterrizado en un planeta extraño. ¿Nuestro objetivo? Muy sencillo: recuperar estrellas y devolverlas al cielo al final de cada fase. Y el desarrollo, tan simple como los controles: explorar, saltar y resolver puzles con tan solo dos botones. Por un lado el de atraer, y por otro lado el de expulsar (cada botón del ratón, por defecto). La gracia, es que más allá de algunos elementos que encontraremos por los escenarios, es precisamente con esas estrellas coleccionables (hay que pensar en ellas como si fueran monedas de un plataformas, esparcidas por los escenarios) con las que resolveremos los puzles. Y cuántas más tengamos, más fácil será conseguirlo. Lo que nos anima a coleccionar, más allá de ir al grano.
Aparte de haber llegado sin ningún tipo de promoción, 'Ode' es un juego que no requiere ni siquiera de tutorial. Simplemente con su apartado audiovisual, el jugador va entendiendo cómo interactuar con el escenario y con las estrellas que va consiguiendo, lo que se traduce en una sensación de experimentación muy interesante. Igual que con las transformaciones, que llegado el momento concreto, te dejan muy claro cuál va a ser la forma de proceder en el siguiente puzle. No en vano, todos ellos parten de la misma estructura, aunque la jugabilidad cambie en función precisamente de esas transformaciones, que son las que aportan variedad jugable a la aventura.
Tocas muy bien
Así pues, cada vez que encontremos un elemento en el escenario que presenta un puzle, bastará con iluminar todos los fragmentos pequeñitos del mapa que se esconden alrededor de ese eje principal. La gracia es que no será lo mismo utilizar la forma que nos permite saltar más alto, que la que nos permite lanzar las estrellas a más distancia, o incluso la que nos hace ganar altura para adaptarnos a cierto tipo de terrenos. Cada cual es más original que el anterior, y lo interesante es que, excepto en el último nivel, siempre nos encontramos con mapas abiertos en los que tenemos libertad absoluta para explorar y completar cada parte del puzle en el orden que nosotros queramos, dando una sensación de aventura compacta que normalmente no tienen este tipo de juegos.
Asimismo, no hay que olvidar que sus creadores definen este producto como una experiencia visual y sonora por bonitos paisajes en los que creamos harmonía musical a cada paso. ¿Qué significa esto? Que con cada estrella que recojamos, con cada elemento con el que interactuamos, o con cada nuevo puzle que resolvamos, se añadirán más instrumentos o efectos de sonido a la banda sonora del nivel. Y os aseguramos que, aunque no estamos ante un juego de ritmo al estilo 'BIT.TRIP RUNNER', la coherencia con la que está realizado es realmente admirable. Además de pegadizas, esas interacciones sonoras y musicales son realmente extrañas, curiosas y estrambóticas, como la ambientación del juego en sí. Lo cual gustará y mucho a todos los amantes de la fantasía, la ciencia ficción, y sobre todo a los que gusten de hacerse preguntas sobre el existencialismo.
Relájate, pero trabaja la mente
No tiene ninguna historia detrás que quiera contar, más allá de lo que suscite a cada jugador, pero tampoco es un juego contemplativo. Al principio da la sensación de que a nivel de exploración y saltos llegará muy alto, aunque es verdad que a medida que pasan las horas -muy pocas, porque dura entre 2 y 4 en función de si quieres conseguir o no todas las estrellas de un nivel-, te das cuenta de que donde realmente brilla es en los puzles y en la implementación constante de nuevas mecánicas, que cambian a cada fase. En total son 4 pantallas -más una extra de regalo, con sorpresa incluida para estas fechas tan señaladas- siendo cada una de ellas ligeramente distinta a nivel de atmósfera, y aportando nuevas transformaciones y elementos con los que jugar.
Es una verdadera pena que, en más de una ocasión, ni los saltos sean realmente retadores, ni la cámara nos acompañe tanto como nos gustaría. En 'Ode' no se puede morir, y aunque no es tampoco una lacra, porque con su duración y planteamiento eso sería más bien algo negativo (se podría tornar repetitivo), no habría estado de más poner algunos enemigos a los que evitar, o secciones con algo más de gracia a la hora de saltar. Aquí los saltos son más bien una cuestión de llegar a ese "elemento" que nos permitirá acabar con el siguiente puzle, o de descubrir aquel saliente a través del cual podremos llegar a una liana que posteriormente nos llevará a un cañón que nos dejará justo delante del siguiente rompecabezas.
Un planeta arrebatador
Aunque quizás es algo más personal que objetivo, si hay algo del juego que me ha sorprendido incluso por encima del ritmo y la música, es todo lo relacionado con el apartado gráfico -o artístico mejor dicho. Porque cuando decimos que 'Ode' es una gran experiencia audiovisual y sensorial, lo decimos con todas las de la ley. Cada acción no comporta únicamente cambios sonoros, sino también visuales, y hay momentos en los que los distintos elementos orgánicos del planeta conforman un sinfín de efectos gráficos, luces y partículas que además de representar una gran metáfora de la creación, también son un auténtico placer para la vista y los sentidos en general. Solo faltaría olerlo y tocarlo, y casi podríamos hablar de él como algo tangible. De hecho, no le sentaría nada mal una versión en VR.
En definitiva, aún siendo corto, aún ofreciendo un título sin un reto demasiado exigente -ojo con la exploración por eso-, y aún presentando algunos problemas en la cámara o las físicas, 'Ode' es una experiencia realmente apasionante y fresca. No solo se distingue de otros títulos de carácter contemplativo, sino que lo hace con una buena ración de jugabilidad y de elementos que antaño eran muy importantes y que hoy solo encontramos en contados lanzamientos. Seguramente no es tan emocional como 'Journey', ni tan inteligente como 'Braid', pero a buen seguro es uno de los que más sabe equilibrar la balanza entre lo visual y lo jugable. Y eso, por tan solo 4,99 euros no es precisamente fácil de encontrar. Una experiencia sensorial que te relajará, y que te mantendrá lo suficientemente despierto como para hacerte sentir que el que está creando lo que ve, eres tú mismo. Jugando, ni más ni menos.
Lo mejor:
- Es una experiencia sensorial de gran nivel.
- Su aire de plataformas de la era de 128 bits, donde la exploración atrapa.
- Las transformaciones y su uso para con los puzles.
- A nivel audiovisual es hasta relajante.
- Ese aire a 'Super Monkey Ball' le sienta realmente bien.
Lo peor:
- Extremadamente corto, aunque dado su precio tampoco es un gran problema.
- La dificultad reside únicamente en la exploración, y no podemos morir.
- Los "coleccionables" están muy mal aprovechados.
- La cámara y las físicas no siempre responden.