El 20 de Marzo 2024 | 19:00
El efecto que el primer 'Dragon's Dogma' dejó en el público es complejo de explicar. Cuando Capcom sacó al mercado el videojuego tuvo una recepción más bien mixta. Muchos críticos no acabaron encandilados con lo que se les proponía, y una gran parte de jugadores tampoco estaba contento con el resultado. Falta de multijugador, trama escasa, difícil de comprender... Estaba hecho para una época totalmente distinta.
Pero el paso del tiempo es algo curioso. Esas voces son las que se han apagado a favor de un recuerdo colectivo mucho más optimista por la obra. Las mismas cosas que achacaban algunos como sus puntos débiles eran lo que hacía más que atractivo el juego: era sumergente, complicado y totalmente adictivo. Una experiencia difícil de replicar que, probablemente, nunca volveríamos a ver.
¡Sorpresa! Capcom ha tardado, pero ha redoblado su apuesta con 'Dragon's Dogma 2'. Una secuela al original sólo en la concepción, porque se prepara más bien como punto de inicio para toda una generación de nuevos jugadores que puedan enamorarse de las maravillas y secretos del mundo del Arisen. Tanto que, directamente, no puede encontrarse el número en la pantalla de inicio al comenzar partida. Y eso es perfecto para mí, pues me perdí la fiebre por el juego en su momento. Este análisis está escrito desde el punto de vista de un total novato.
Levántate, Arisen
La trama de 'Dragon's Dogma 2' es muy ligera desde su inicio. Somos el Arisen, un guerrero como pocos otros cuyo corazón ha sido robado por un poderoso dragón. El ser mitológico nos reta a encontrarle y recuperar nuestro órgano, mientras que nos maldice con la incapacidad de separarnos del mismo destino que le une a él. Si queremos recuperar nuestra libertad tendremos que buscarle hasta darle caza, aunque nos lleve hasta los confines del mundo.
Este cruel destino viene acompañado de un punto a nuestro favor: el gigantesco carisma que nuestro protagonista desprende. Gracias a la maldición es capaz de conmover e influenciar a otras personas, denominados peones, para que le acompañen hasta el fin de su batalla. Lo convierte en un líder natural por excelencia, y eso se traduce fácilmente en la jugabilidad. Junto a nuestro Arisen tendremos que crear un peón principal que nos acompañará en todo momento como nuestro allegado más fiel, un compañero guiado por inteligencia artificial al que tendremos que crear desde cero para que sirva como principal soporte de nuestra causa.
Con sólo ese peón, sin embargo, será difícil llegar lejos. Por eso se nos ofrece desde el primer minuto asomarnos a ver las creaciones de otros jugadores en línea y crear nuestro propio pequeño ejército. Nuestro grupo siempre podrá completarse con dos miembros de equipo más, dejando a nuestra disposición las creaciones de otros amigos y desconocidos. Todo, desde su clase hasta su inventario, estará a nuestra disposición para jurarnos lealtad por un tiempo determinado, y para agradecer sus servicios podremos darles objetos y puntuaciones que compartirán con sus maestros.
La dinámica que esto crea a nuestra forma de jugar es muy particular. No podemos tener dos partidas iguales ni aunque intentemos replicar los roles de cada nuestro miembro de equipo. De hecho la inteligencia artificial juega un factor clave: nuestro peón principal toma lecciones sobre cómo luchar de nosotros, y eso se traduce en su comportamiento en su réplica online. Al no poder controlar a ningún miembro del equipo no nos queda otra que servir de líderes y guiar a nuestros aliados, y el papel que eso nos da es muy diferente a la de cualquier otro RPG que conozcamos.
El mundo es tuyo
No sólo el espíritu de la batalla es algo distinto a lo que conocemos. El mundo de 'Dragon's Dogma 2' está vivo y tiende a rebelarse en nuestra causa. Mi ejemplo favorito es nada más comenzar el juego. Al aceptar tu primera misión secundaria, la cual es difícil de no cruzarte, te indicarán dónde se ubica un guardia al que debes rescatar de una jauría de monstruos: nada fuera de lo corriente aquí. Rescaté al hombre, avancé y poco después me caí por un precipicio, dando una muerte prematura a mi personaje.
Al volver a cargar partida acepté la misión secundaria de nuevo y me di tiempo para explorar mis alrededores antes de partir, esperando estar más preparado. Pero cuando llegué al punto anterior el guardia no estaba allí. Se había adentrado aún más en el bosque, con una mayor cantidad de arpías encima de él y un riesgo mayor a morir. No puedes dar nada por sentado en 'Dragon's Dogma 2': el título va a alterarse, revolverse en su sitio y jugar con sus propias normas.
La experiencia de juego que ofrece es increíblemente inmersiva y te prepara para situaciones muy diferentes cada vez que coges el mando. La rejugabilidad está pensada de base, con eventos que pueden pasar por encima de tu cabeza muy fácilmente por cómo el mundo está en constante movimiento. Todos los NPC tienen sus rutinas, pero igual que en la vida real estas se alterarán drásticamente si la situación lo exige. Incluso el propio entorno puede transformarse con una avalancha que corte un camino o goblins que hayan logrado tomar un campamento en nuestra ausencia. Es una sensación indescriptible de asombro constante.
Todo cambia a tu alrededor
Este mundo tan reactivo y lleno de vida tiene sus consecuencias directas en un aspecto crucial: su rendimiento. Desde el primer momento en el que entremos en juego notaremos que la presentación de 'Dragon's Dogma 2' es algo dura, con un máximo de 30 FPS que en varias ocasiones nuestra consola tendrá complicaciones para mantener estables. Es el precio a mantener por un mundo único en su concepción.
El RE Engine corre en su máxima capacidad en este título, con todo lo que ello conlleva. Se lleva hasta tales extremos que nos ofrece uno de los creadores de personajes con más opciones de personalización que existen en la industria a día de hoy, pudiendo incluso denominar la forma de caminar de nuestro Arisen o su peón. Su rejugabilidad se llevará por delante cientos de horas con cada archivo nuevo que creemos, animándonos a explorar su mundo en diferentes formas y direcciones cada vez.
Porque, además, su mundo es realmente abierto hacia nuestra persona. Tras la primera misión de introducción podemos dirigirnos adonde queramos y la naturaleza reactiva del título hará que la forma de abordarlo cambie por completo cada vez. Ignorar la trama principal es muy fácil, y el hecho de que casi no existan opciones de viaje automático nos obliga a dejar que la transformación siga su curso en puntos del mapa donde quizás aún nuestros ojos ni se hayan posado. Es más difícil una narrativa tradicional así, pero muy fácil que nos sumerja para hacernos creer que de verdad somos el Arisen.
Conclusiones
Admito que 'Dragon's Dogma 2' es un juego que me da rabia. Sus propuestas e innovaciones para crear una obra de arte única son absolutamente encantadoras: no he visto, ni creo que veamos en mucho tiempo, un título que se obsesione tanto en sumergirnos en su universo reactivo. Es único en su especie, una obra maestra que muchos celebrarán durante años y que fácilmente conquistará a millones de jugadores de todo el mundo.
Pero no ha encajado conmigo. Sus problemas de presentación y sus decisiones creativas de abrazar la reactividad como piedra angular de su propuesta no consiguen engancharme. Es la idea que tenía de pequeño de lo que serían capaces los videojuegos algún día, pero en esos años de espera mi cuerpo se ha amoldado a experiencias más tradicionales y guiadas. Aprecio lo que hace: sencillamente no es para mí.
'Dragon's Dogma 2' es una obra maestra que enamorará a muchos jugadores, pero despertará sentimientos encontrados en otros pocos. Si tienes la suerte de no estar en el segundo grupo, estás frente a una experiencia inolvidable por toda una década.
Lo mejor:
- Mundo reactivo con gigantescas capacidades de transformación.
- Personalización de personajes profundo como ningún otro.
- Rejugabilidad casi infinita.
Lo peor:
- Presentación gráfica algo escasa muy de vez en cuando.
- Difícil de enganchar a jugadores más tradicionales.