Para realizar este análisis se ha jugado con un Dualshock 4, el mando estándar de PS4. Es por eso que no cubriremos cómo responde el juego a un volante periférico, aunque entendemos que esta sigue siendo la mejor opción para quienes busquen una experiencia más profunda e inmersiva
Los videojuegos casi nunca pretenden ser realistas. Ya no solo porque abusen de la ambientación fantástica o de la ciencia ficción, sino también porque constantemente se toman ciertas licencias para agilizar la experiencia o simplemente para favorecer unas mecánicas previamente diseñadas con el objetivo de ser cómodas y divertidas. Las alternativas en la vida real a esas mismas situaciones que nos proponen puede que no sean tan estimulantes. Irónicamente, hasta hace no mucho uno de los principales argumentos que utilizábamos para medir la calidad de un título era su realismo. Cuanto más realistas eran los gráficos (o más bien fotorrealistas), mejor y más espectacular era el juego en cuestión. Valorábamos su calidad en base a esa idea que todavía ronda un poco por el inconsciente colectivo de que los videojuegos son pequeñas versiones inferiores de la vida real, y que parecerse a esta lo máximo posible es su objetivo primordial. Menos mal que los tiempos han cambiado y hoy sabemos que ese no es un baremo muy adecuado.
Sin embargo, hay un tipo de videojuegos donde esa regla del realismo se tiene que cumplir por la propia naturaleza de la premisa: los simuladores, que tienden a recrearse en los aspectos menos rimbombantes de la actividad que pretendan reproducir. Para el videojugador que solo busca una experiencia directa y accesible, son aburridos precisamente porque imitan demasiado la realidad; esas licencias de las que hablaba no abundan tanto, resultando en títulos toscos, lentos y demasiado complicados de entender. En cambio, para los aficionados al mundillo al que el simulador de turno imita, estos juegos son lo más apasionante que hay sobre la faz de la Tierra.
Para vosotros, automovilistas
Por eso es bastante complicado hablar de un juego como 'DiRT Rally 2.0', ya que no se le pueden aplicar las mismas convenciones que a un título cuyo público objetivo es mucho más amplio. El fan del motor, y más en concreto de los rallies, tiene un bagaje que le permite ver un millón de posibilidades interesantes donde otros solo ven un juego de coches en el que es demasiado fácil salirse de la pista y despeñarse. El juego no siente reparo alguno en apelar a los primeros, a los expertos. Es librándose de esas ataduras tan habituales en la industria AAA, que obligan a diseñar para encandilar al mayor público posible, cuando 'DiRT Rally 2.0' se siente libre para encontrarse a sí mismo. Un título exigente, obtuso y, según a quién le preguntas, de una calidad arrolladora.
Aunque debo admitir que me encuentro en el segundo grupo, el de los casuals. O más bien me encontraba, porque para todo hay una primera vez, y mi experiencia con la nueva entrega de la saga de Codemasters ha sido un bautismo difícil pero efectivo. Estos juegos levantan una barrera que intimida al neófito ya de entrada, pero es una que se puede superar, al menos parcialmente. Volcar el coche en cada curva y quedar en última posición no es precisamente la forma más satisfactoria de aprender, pero al menos consigue grabarte a fuego una poderosa lección: aquí no se gana solo con pisar el acelerador, así que o aprendes a conducir, o despídete. Y eso a mí me resultó más que atractivo, puesto que ya estoy acostumbrado a jugar a juegos de conducción en los que justamente la conducción es lo de menos; me apetecía probar algo distinto. Volviendo a lo de las licencias, en los títulos de velocidad arcade la conducción es un trámite que tratan de aligerar para centrarse en otros aspectos como la carrera, la estrategia y el entorno. Aquí, en cambio, es el saber maniobrar en el momento a momento lo que se premia, y lo que se disfruta.
Siendo 'DiRT' una saga más que consolidada, no le descubro a nadie el cielo cuando digo que la conducción que plantea esta entrega (que además es un spin-off que intenta ser todavía más realista) es tremendamente exigente. No es solo que tomar cada curva sea una odisea en la que hay que realizar auténticas virguerías con los gatillos del mando y los volantazos del joystick, sino que además al ser un juego de rally, el terreno que pisan nuestras ruedas es un continuo campo de batalla. Los pasajes estrechos, la gravilla húmeda por la lluvia, el asfalto lleno de badenes y las curvas imposiblemente cerradas son los principales enemigos, y nuestro bólido el arma con la que debemos derrotarlos. Conducir requiere máxima concentración porque el más mínimo error en la frenada, en la aceleración o en el giro puede desembocar en que perdamos la etapa. A diferencia de los juegos de carreras, en los que el circuito es el escenario para la batalla contra el resto de coches, en el rally la pista cobra un protagonismo que nos eclipsa incluso a nosotros. Por eso la competición es un contrarreloj individual que luego se compara con el tiempo que han hecho el resto de participantes; hay que encontrar el equilibrio entre la supervivencia y la velocidad.
El terreno en 'DiRT Rally 2.0' nos engulle, su presencia es la de una fuerza invencible que atosiga nuestra marcha. Aunque el juego también ofrece competiciones de rallycross, que es básicamente disputar una carrera en circuitos cerrados contra otros bólidos en tiempo real, es en las etapas de rally donde brilla más. Esas solitarias travesías por parajes asilvestrados, de noche, de día o lloviendo, nos instan a entregarnos al cien por cien, y es que al ir de un punto A a un punto B no tenemos la posibilidad de memorizar el circuito como cuando tenemos que dar varias vueltas alrededor de él. El recorrido es una aventura llena de desafíos que nos insta a aprender a improvisar. El entendido seguramente modificará las partes de su coche que sean necesarias para adaptarlo a según qué condiciones y poner el tablero a su favor de antemano, ya que el juego ofrece unas posibilidades casi milimétricas y una libertad amplísima a este respecto. Sobra decir, por supuesto, que como en todo buen simulador de conducción que se precie, cada coche es un mundo.
Como si del roster de un juego de lucha se tratase, los distintos vehículos que podemos encontrar en 'DiRT Rally 2.0' tienen su propio comportamiento en pista y requieren de diferentes técnicas de conducción según la situación. Un coche de tracción trasera no puede tomar una curva de horquilla igual que uno de tracción delantera, por ejemplo, y eso sin contar el terreno que toque pisar en ese momento.
Una carrera que termina demasiado pronto
Las físicas de los vehículos son siempre uno de los focos más importantes en esta clase de juegos, y el aspecto que más se centran en mejorar secuela a secuela. 'DiRT Rally 2.0' hace gala de un motor de físicas encomiable que aporta todavía más organicidad a esa lucha por la supervivencia que es cada etapa de rally. Los modos de juego suelen ser también un paraje en constante evolución, y aunque no he podido probar sus funciones online (el juego sale a la venta el día 26 así que no tiene todavía una base de jugadores con la que competir), hay cosas que ver y jugar estando solo. Sin embargo, se agotan rápidamente una vez superamos las estáticas pruebas que nos proponen, que son básicamente varios campeonatos históricos que van desde los años 70 hasta la actualidad y el campeonato mundial de rallycross de la FIA. Lo más interesante, eso sí, es la nueva versión del modo carrera del anterior 'DiRT Rally', en la que según vamos compitiendo ganaremos dinero con el que comprar nuevos coches, mejorarlos, y contratar personal cuyos incrementos de nivel nos otorguen bonificaciones pasivas como, por ejemplo, menores tiempos de reparación cuando se nos rompe algo del vehículo en mitad de la etapa.
Que haya un sistema de progresión nos invita a querer seguir jugando, pero lo que le falta a este modo es un hilo conductor, una estructura que organice el ritmo para que sintamos que estamos yendo a alguna parte. Por lo general, lo que haremos es jugar todos los rallies y rallycross disponibles en el juego una y otra vez con incrementos de dificultad sucesivos, amén de pruebas diarias que se actualizan online. Codemasters ha decidido poner casi toda la carne en el asador con esto último, confiando en que al tener nuevos retos cada día siempre habrá variedad suficiente a la que jugar, pero se echa en falta un interés y un diseño detrás, además de una mayor cantidad de rallies y circuitos de rallycross, que aunque impresionantes, se terminan de ver demasiado pronto (ya hay planeado un puñado de contenido DLC que traerá más rallies, lo que por el momento deja al juego en su salida inicial algo lastrado). En general, este modo no termina de sentirse como un modo carrera en el que vamos escalando hasta la cima, sino como un cúmulo de campeonatos sueltos que se van repitiendo continuamente.
Y eso es porque es un juego destinado a los expertos. Hacer un modo carrera así requeriría una cierta curva de aprendizaje que la mayor parte del target de 'DiRT Rally 2.0' no necesita porque ya se lo saben todo de memoria. Los simuladores son un nicho y se sienten cómodos ahí, ya que es inevitable que el conocimiento previo de la materia sea un importante requisito para disfrutarlos al máximo.
Carreteras salvajes
No obstante, esta simulación ha funcionado conmigo, que soy un completo novato. No negaré que le he puesto más ganas de lo habitual porque tenía que analizarlo, pero creo que, aun con todo, 'DiRT Rally 2.0' se puede disfrutar a varios niveles. Por un lado, está el buffet libre que se llevan los aficionados al motor, que sabrán apreciar cada mínimo cambio en las físicas de los coches y que pasarán muchísimo rato en el ya mencionado apartado de modificación del vehículo manipulando lo que haga falta según el rally que toque o según su estilo de conducción. Por otro, estamos los que nos quedamos solamente con el plato principal, que es disfrutar de su árida conducción. Por complejo que sea, tomar bien una curva donde podríamos habernos despeñado de tan solo haber frenado un segundo más tarde es un subidón de adrenalina considerable para cualquiera. Los controles hacen bien su trabajo estableciendo esa conexión física entre el coche y nosotros en caso de que juguemos con mando; pocas veces se han aprovechado tanto unos gatillos analógicos para calcular bien la aceleración que más nos convenga.
Puede que el gran público no experimente el mayor potencial de un juego que, por otra parte, de haber tenido esa pretensión masiva no sería tan interesante. Pero sí que lo entendemos como algo más, un relato mitológico que nos satisface porque comprendemos la raíz de lo que se nos transmite a un nivel mucho más general. El juego de Codemasters retrata la lucha entre el ser humano y las insondables fuerzas de la naturaleza que le superan. Una en la que este entiende su minúscula posición, se ve derrotado por algo que no puede controlar, y desarrolla una herramienta que sí puede para hacerle frente y reafirmar su supervivencia: el coche.