Lunes. Recibo un nuevo mensaje. La posibilidad de analizar 'Catherine: Full Body'. Mientras confirmo el nuevo encargo solo pienso en una cosa. Pasaré por sus líneas pero lo haré manteniéndome "virgen". Sin más información que la que el propio título y sus autores reserven para mí en sus líneas. Su experiencia es un que quiero vivir de primera mano antes de conocer la versión original.
Y es que estos párrafos deberían estar cortésmente dedicados a como he cambiado entre una entrega y otra. A como mi vida —porque, como quizás sabréis, 'Catherine' es un título que se encuentra intrínsecamente ligado al momento en que te enfrentes a sus dilemas— ha cambiado en ese espacio. A como, por otro lado, mi visión del juego y de la vida misma se ha visto afectada por el susodicho. No será así. 'Catherine' es un juego que, tras pasar por sus líneas, considero necesario entrar en blanco. Sin saber que, exactamente, deparará ni esperar una forma lógica de seguir sus pasos. Así me he adentrado en una experiencia que, desde luego, deja una pequeña marca al cerrar sus puertas.
De tradicionalismo e imposiciones
'Catherine', tanto su versión original como el arreglo que llega ahora a Nintendo Switch tras pasar por PlayStation 4 y Vita, nos pone en la piel de Vicent. Pero nadie querría estar en su piel —ese es el primer pensamiento lógico. Un treintañero fracasado, incapaz de encontrar su sitio en la vida y que vive acobardado, acosado por sus miedos. Al trabajo, al compromiso, a la responsabilidad. A un futuro incierto que, de nuevo quizás, no resulte tan ajeno como queramos pensar.
Con todo, Vicent, su figura, representa mucho más que eso y no deja de ser casi un avatar que lucha en contra de muchas de las imposiciones que se mueven entre el ajetreo social y que marca nuestra forma de actuar, ser y vivir. Es, en esencia, un espejo que muestra las dificultades adaptativas de la masculinidad —por ende, a todo el sistema social, por mucho que sus objetividades estén enfocadas en el papel del hombre— a una serie de roles y obligaciones vacías que hemos heredado del pasado. Las dificultades de su personaje no se encuentran ahí para marcarle como parte de la narrativa interactiva del título, sino como una discusión a la que seguramente muchos hombres (me incluyo) no encuentren demasiados problemas en adaptarse.
Es de esa forma en la que se olvidan los prejuicios, el orgullo y la absurda posición tradicional de los sexos, en la que el título arranca con la fuerza de un huracán en nuestros primeros pasos por la vida del hombre. En la indecisión cuando su novia —con la que comparte cinco años de relación— le invita al compromiso mientras su precario trabajo ejerce presión con la confianza de dar pronto el salto y la vida comienza a desmoronarse en bloques mientras la ve pasar sentado en el Stray Sheep, el bar de confianza del protagonista y lugar donde pasaremos gran parte de su historia.
La libertad es una meta abstracta
Y es así porque el lugar sirve casi como el único punto seguro a través de la dicotomía de Vicent, que mientras ve su vida derrumbarse acaba "cayendo" en los brazos de Catherine, una suerte de alter ego de su pareja que esgrime todo lo que él cree buscar en ese camino a la desesperación en el que se encuentra. También, resulta ser el lugar donde se erige toda su narrativa interactiva —podremos utilizar el móvil, pasar la tarde bebiendo y reflexionando sobre la vida y conocer a los personajes que frecuentan el lugar— y donde establece sus bases, a través de una serie de rumores sobre pesadillas que atormentan a los hombres infieles hasta robarles la vida. ¿Un precio justo? Esa es una de las tantas discusiones que representan el abanico del título.
Una a la que deberemos enfrentarnos en la piel del propio Vicent, armado con una almohada y luciendo cuernos de carnero entre sus rizos, tras resultar infiel con Catherine y acudiendo cada noche a un terrible desafío a través de un brillante diseño de niveles que nos llevará a escalar una serie de torres divididas en bloques —enfatizando constantemente en ese juego metanarrativo que tanto gusta valerse del simbolismo— y a los que deberemos adaptarnos para conseguir llegar al final. Pero, de eso, hablaremos más tarde.
¿La recompensa? Además de sobrevivir un día más, se dice; llegar a lo más alto conlleva abrazar la libertad. Es así como el título nos atrapa en la tormenta emocional de Vicent a través de una historia tan personal que resulta difícil no ponerse en la piel del carnero y sobre la que nosotros, o nosotras, tendremos la oportunidad de trazar el camino, quizás no más correcto, pero sí más fiable. A modo de añadido, 'Full Body' introduce en esta dualidad entre lo que representa la "libertad" a Rin, un personaje fundamentalmente importante que añade una nueva capa de ridiculez —porque 'Catherine' juega con ser, ante todo, ridículo— y que se siente especialmente desaprovechado.
No solo acude a protagonizar una de las situaciones peor llevadas del título (que ya demostró intenciones en su lanzamiento japonés), sino que acaba por tener un efecto mínimo al no jugar como deseo de Vicent, como es el caso de Catherine. Su efecto, sin embargo, es uno conciliador y que, de haberse aprovechado, podría haber añadido una nueva capa de ternura y sensibilidad al título de marras.
Junto a ella se encuentran el resto de compañeros del viaje. Porque Vicent nunca está solo y es precisamente esto lo que da verdadero valor a como 'Catherine' estructura su narrativa. Son los carneros, los otros hombres que se enfrentan a la misma pesadilla diaria, los que muestran esos pequeños fragmentos argumentales que consiguen transmitir el mensaje que debería —pero que no consigue— acompañar al grueso del título. Pequeñas historias, reales y sinceras que puedes, o no, vivir a lo largo de su viaje.
Escalando un muro infranqueable
Porque si sobrevivir un día más es una excusa casi perfecta para seguir arrastrando bloques, también lo es escuchar qué tiene que decir aquella persona a la que dejaste atrás en la última encrucijada. Para ello, sin embargo, hay que trabajar con ingenio y enfrentarse a un reto repleto de sorpresas y de obstáculos y que, sobre el papel, resulta una radiografía tan perfecta de la situación que plantea el juego que casi podría parece cuestión de suerte la forma en la que harmonizan mecánicas y narrativa.
Y es que, bajo la piel del cordero, 'Catherine' no deja de ser un juego de puzzles. Y si es eso lo que buscas —aunque quizás este no sea el lugar más adecuado— el título tiene mucho que ofrecer. No solo su modo historia se ve reforzado con nuevos modos de dificultad y las remezclas, que introducen grupos de bloques que se mueven de modo conjunto, también se encuentran el modo Babel y las posibilidades multijugador, expandidas tras su excéntrica aparición en el EVO —una cita imprescindible. Nuevos puzzles, la inclusión de nuevas dificultades y la aparición de algunos de ellos en formatos aleatorios son algunas de sus características más sonadas. Junto a ellos, y las razones por las que batirte con el título si ya lo hiciste en su día, se encuentran los centenares de niveles que podemos jugar a través del Stray Sheep.
Un complejo entramado de opciones para lo que no deja de ser un remarcable juego de puzzles y que, como buen remake, incita con un lema en el que se puede leer "gráficos renovados, más contenido, más dificultad, más diversión. Una perfecta justificación para regresar al título que acompaña sus puzzles a través de un juego visual que rompe algunas barreras narrativas y con las composiciones del maestro Shoji Meguro.
Al final, todo es caos
Viernes. El momento en el que te enfrentas a 'Catherine' es determinante. Incluso sin haber pasado por sus líneas antes he sido capaz de identificar a mis diferentes "yo" a través de Vicent. Quién soy, quién podría ser. Que importa. Pero en ello radica su mejor cara. En quitarse —o ponerse— la máscara. En discutir con uno mismo y con el propio Vicent. En diferenciar el orden del caos y descubrir que la imposición de esos tradicionalismos no tiene porque ser decisivo para alcanzar la vida adulta.
Así es como me gustaría terminar hablando de esta introducción a 'Catherine' —porque considero que el título tiene mucho más de lo que puedo sintentizar en estas líneas—, pero es imposible. Porque, al final, todo es una excusa y su ridiculez acusa a todos sus finales en una absurda forma de descontextualizar su mensaje y buscar formas alternativas de resolver sus conflictos. Y Rin, y aquello que representa, merece algo mejor.
Al final 'Catherine' se reduce a sus discusiones, a una polémica que debe existir para poder formar las bases que se extienden en el juego. Es una obra que brilla al mostrar cómo la idea de la masculinidad choca contra la incapacidad de asumir ciertos roles preestablecidos a los que la sociedad tiende a agarrarse. Que 'Full Body' no consiga entender estos conceptos e insista en arrojarlos a la incertidumbre y la descontextualización niegan la posibilidad de convertir el título en toda una "obra maestra" de la que, sin embargo, se siguen extrayendo lecturas y comentarios especialmente importantes. Queda claro que las prioridades de Atlus son otras y, en ese sentido, la forma en la que se ha revisado y trabajado el título es más que razón para atravesar —de nuevo o por primera vez— una de las experiencias más rocambolescas, atrevidas y necesarias que nos ha dado el medio.