El 17 de Marzo 2021 | 17:18
Como hijo de los años '90, he crecido inmerso en el auge del rol por turnos. Seguramente si fuese de la década anterior os diría lo mismo pero es lo que tiene la nostalgia; nos hacemos viejos. Recuerdo las tardes de verano entrenando en la Calle Victoria para enfrentarme al Alto Mando de 'Pokémon Amarillo', las vueltas y vueltas que dí en 'Final Fantasy VIII' para superar la bendita (lo dejaremos en bendita, sí) tumba del Rey sin Nombre. Me encantaba.
Ahora, con 'Bravely Default II', me he sentido otra vez como ese crío de 10 años que, con papel y boli, hacía sus propias anotaciones y estrategias. Me ha llevado tiempo formar un equipo sólido en el título de Square Enix. Varios Game Over por el camino, un tira y afloja con los niveles de dificultad, un estudio excesivo de cada trabajo y sus pasivas... ¿Sabéis que la clase inicial del juego permite economizar vuestras horas de farmeo si la subís al máximo? Ya, yo me enteré un poco tarde.
Dejemos de mirar al pasado
Y por lo general no me importaría haberme enterado tarde. Me gusta que la interacción entre jugador y sistema cree un equilibrio estable, pero cuando el título que tengo delante se convierte en una compleja hoja de cálculo dominada por fórmulas, sistemas y sinergias me olvido de lo que estoy jugando. Y, por desgracia, es algo que le ocurre demasiado a menudo a este 'Bravely Default II'.
Tras veinte horas de juego podía citar de carrerilla las pasivas de todos los trabajos que había conseguido hasta el momento pero, ¿sus personajes? Bueno, sí, tengo una adiestradora, un mago negro, una barda y un salvaje. El resto supongo que puede ir haciendo, porque si el propio título no se interesa por su narrativa quizás sea demasiado atrevido hacerlo por cuenta propia.
Y es que la nueva entrega de Claytechworks es una mirada al pasado que no parece preocuparse demasiado por su presente. Una repetición vacua que añade esto aquí y allá pero que no deja de ser la misma muñeca con un sombrero diferente. Una alusión al estallido de hace siete años que pretendía revolucionar lo clásico con el sistema Brave Default (para quien se una ahora a la fiesta, la posibilidad de duplicar tus turnos mientras los endeudas o duplicarlos defendiendo) y que se mantiene vigente con la confianza de quién no necesita más para ser funcional. Una confianza arriesgada que le hace brillar en algunos momentos pero le pesa en exceso en muchos otros.
En busca de los cristales (de nuevo)
En contraposición a su entrega original, 'Bravely Default II' replica los clásicos sin ir mucho más allá de ellos. Nuestro protagonista —el elegido, por supuesto— sobrevive a un naufragio pero resulta que una princesa está en apuros así que decide ayudarla y dos viajeros con poca cosa que hacer se unen al equipo para evitar que una serie de cristales mágicos sigan sembrando el caos a lo largo de diversos reinos. Algún contexto teníamos que tener para ir de un lado a otro. Los detalles son lo de menos.
No faltarán tiranos maquiavélicos, pintoras con mentalidad retorcida y poderes aún más peligrosos o malos malísimos con planes secretos con los que poner patas arriba países enteros. Y lo peor es que, en algunos de sus momentos, funcionan. Pero si me lo cuentas con esas ganas, quizás el ritmo de la historia pasa a ser la última de mis prioridades. Y es así como funciona 'Bravely Default II', con una narrativa que se diluye entre una sesión de grindeo y otra, dejando tras de sí una retahíla de clichés y giros con escasa capacidad para generar sorpresa pero con una serie de momentos lo suficientemente calentitos como para ser memorables.
No falta ese carácter de anime shonen. Y aunque sus personajes acaban por ser poco menos que avatares dispuestos en un tablero donde exhibimos nuestra habilidad con los números, es inevitable acabar cogerles cariño. Incluso hay secundarios memorables, como es el caso de Anihala. Pero todo eso queda relegado, oculto tras una miríada de combates, mazmorras, misiones secundarias que nos hacen ir del punto A al B una docena de veces e interminables sesiones de entrenamiento que distan tanto un fragmento narrativo del otro que cuando el juego te habla de una religión sectaria que ejecuta a sus creyentes tú sigues pulsando "A" y te lanzas a farmear por pura inercia.
Un exceso de confianza
Y sigues farmeando porque el título te invita, obliga, a ello constantemente. Una hoja de doble filo que amenaza con desgastar todas sus cualidades pero que, incluso así, consigue que siempre te apuntes a una ronda más — «la última y lo dejo», un clásico. Todo está preparado para ello. Su sistema de trabajos es sumamente delicado. Contamos con un sistema automático que obtiene aumentos de nivel para sus personajes mientras la consola se encuentra en reposo. Prioriza las cadenas de enemigos para multiplicar las ganancias obtenidas. Incluso introduce un sistema de peso con el que cada pieza de equipo suma un nuevo renglón de texto y una estadística más a tener en cuenta.
El equivalente al ASMR del rol que produce una extraña satisfacción al conseguir encajar esa daga con daño adicional de elemento fuego en tu combinación de mago rojo y mago negro que, a su vez, potencia esa pasiva tan útil para acabar con el próximo jefe final. Porque, por supuesto, los jefes finales son una de las partes más notables del juego. Con una capacidad innata para tirar por suelo todas las bases del juego y utilizar a tus personajes como escoba. Hay enfrentamientos realmente memorables.
Pero también hay enfrentamientos imposibles. Barreras de nivel con una presencia tan obvia que casi duele y largas cadenas de enfrentamientos sin sentido para obtener esa habilidad que se encuentra al final de un trabajo que necesitas en tu slot secundario. Y esa doble cara lastra un título con un potencial excepcional para ser memorable sin dejar de lado cierta comodidad que, todo sea dicho, encaja a la perfección. Por desgracia, abusar de la repetición como mecánica principal acaba por tener un mayor protagonismo al evocarlo.
Una pauta sin fin
Todo. Absolutamente todo en 'Bravely Default II' se encuentra calculado y pautado, siguiendo una regla invisible que se traza de principio a fin y que se lleva consigo algunos de los detalles que despuntan tímidamente en el juego. Sus personajes, desde luego, son un gran ejemplo de ello. Un sacrificio que responde a ese exceso de confianza por un sistema que, si bien, resulta férreo como nada, acaba por ser explotado y haciendo de lo cíclico una seña de identidad que solo le quita valor.
Ni su carácter entrañable, ni su dirección de arte y el aspecto amable —aunque con una apartado técnico que roza lo justo— ni su enorme apuesta por el valor más intrínseco del RPG son suficientes para contrarrestar un bucle sobre raíles con el que parece definirse cada sección y cada fragmento del título. Todo, de nuevo, obedeciendo a las mismas pautas y poniendo como premio un nuevo punto en su estrategia para mirar hacia otro lado.
Incluso así, insisto, es un título adictivo. Yo mismo me he visto haciendo tiempo de más en multitud de ocasiones porque es un ciclo del que cuesta salir. Su sistema de combate es un caramelo duro pero con un potencial increíble, repleto de pequeños matices que, al suponerse unos sobre otros, forman un todo fruto de un endiablado nivel de complejidad. Pero su apuesta por ese todo es demasiado arriesgada y deja tanto en el tintero que es difícil ver más allá de esa ramificación de estrategias y planificaciones.
'Bravely Default II' podría haber sido muchas cosas. Ahora mismo, siento, es una mirada al pasado demasiada centrada en sí misma. Demasiado egocéntrica como para ver los problemas que ella misma destaca ofreciendo posibilidades como la de multiplicar la velocidad del combate o repetir series de acciones preestablecidas. Un formato cíclico con pequeños despuntes de todo aquello que se ha quedado atrás. Cuando todo lo que importa en un juego como este es entender que hay maneras de economizar el piloto automático, es que hay algo que no funciona del todo bien.
Lo mejor:
- Su sistema de trabajos es impecable, su gran propuesta.
- La localización destila cariño y personalidad.
- REVO vuelve a estar tras la banda sonora.
Lo peor:
- Su narrativa tiene un peso excesivamente pequeño.
- Los personajes apenas tienen personalidad.
- La calidad gráfica queda por debajo de lo esperado.
- Un desarrollo cíclico y sin vida, centrado en sus estadísticas.