Desde luego, si el fondo marino nos demuestra algo es que la realidad supera a la ficción. Un dato curioso y no sé si muy conocido es que James Cameron es la única persona que ha bajado hasta el fondo de la fosa de las marianas, el abismo más insondable del planeta. Financió una expedición en solitario y un submarino que costó millones en el que poder llevarla a cabo, motivado exclusivamente por pura curiosidad científica. Sobre la conciliación de su afán explorador con su carrera como director de cine, el hombre fue bastante tajante: "No hago esta inmersión para descubrir criaturas fantásticas que me sirvan de inspiración para 'Avatar'. En todo caso hago 'Avatar' para conseguir más dinero y poder seguir con la exploración oceánica".
Conocemos prácticamente todo lo que puede dar de sí nuestro mundo en una extensión horizontal, pero la idea de que debajo de nosotros, en esas mismas aguas que constantemente navegamos, haya formas de vida y ecosistemas tan insólitos que parecen venidos de otro mundo, es demasiado seductora. Curiosidad no sólo como sed de conocimiento, sino también de fascinación, de fantasía; lo que los angloparlantes llaman "sense of wonder", que aquí traduciré vagamente como "sentido de la maravilla". El fondo marino es prácticamente un reino de más allá de nuestra realidad, y 'Abzû' lo representó como tal en 2016. Recientemente ha hecho acto de presencia en Switch, motivo más que suficiente para revisitarlo y volver a indagar en él. Un deleite audiovisual que toma el mundo de los mares como arma principal para evocar la sensación de encontrarnos en un lugar hermoso y lleno de vida. Porque, a diferencia de las historias sobre la fosa de las Marianas, no todo tiene por qué ser terorrífico.
Lenguaje mecánico y audiovisual
Matt Nava, director creativo del título, ha comentado en alguna entrevista que él y su equipo de Giant Squid fueron a hacer submarinismo como parte del proceso de investigación para el desarrollo, ya que querían transmitir "el sueño de bucear", pero sin recurrir a complicados sistemas de simulación ni nada que fuera más realista de la cuenta. Una aproximación fantasiosa al submarinismo para enfatizar esa ansia por el sentido de la maravilla al explorar no solo un nuevo mundo, sino uno que se comporta de manera radicalmente distinta al nuestro. Y a diferencia de James Cameron, la posibilidad de hacerlo sin necesidad de un carísimo y enorme submarino.
Una de las claves de 'Abzû' es cómo deambulamos buceando por los escenarios. Hay un tremendo trabajo detrás para hacer que el control, el juego de cámaras, las reacciones del entorno a nuestros movimientos y la música consigan secuencias que capturan ese espíritu libre y de ensueño que envuelve las profundidades del océano. No solo cada frame es una postal para enmarcar; las otras partes importantes de su belleza las encontramos en el crescendo de la banda sonora, en el movimiento, y en el armonioso conjunto que ambos crean junto con el apartado visual. El preciosismo está en el acto de nadar, más que en la fotografía o la factura técnica. Ese buceo como expresión de libertad, por cómo nos permite movernos en cualquier dirección sin las ataduras de la gravedad, sin el ajetreo terrenal. Aunque es cierto que esta versión de Switch entorpece un poco esta fluidez con una tasa de frames muy por debajo del que jugamos hace dos años en otros sistemas, con severas caídas de tanto en tanto, eso no quita que 'Abzû' siga siendo el mismo viaje sobrecogedor que ya era antes.
La animación del personaje es de contornos gráciles y suaves, y el botón de nadar más rápido está pensado para que, al pulsarlo tres veces en el ritmo correcto, nuestro submarinista pegue un acelerón considerable durante unos segundos. Podemos medir este ritmo con sólo prestar atención a la animación de las piernas, de nuevo, tan fluida y milimétrica que inconscientemente sabemos en qué momento apretar el botón otra vez. Realmente no nos sirve de mucho ir más rápido, y de hecho casi atenta contra el propósito contemplativo del juego, pero gracias a cómo está enfocada su ejecución podemos ver que no es el utilitarismo lo que se está buscando aquí; Giant Squid quiere que nos recreemos en ese acto de nadar que mencionaba.
Porque 'Abzû' se rige enteramente por esa filosofía de la recreación. La de vivir el momento, sin pensar en metas a corto o largo plazo la mayor parte del tiempo. Su evidente belleza audiovisual, esa que nos embriaga cada vez que descubrimos un nuevo bioma, es así para que nos quedemos a admirarla. Contemplar sin prisas y por el mero hecho de hacerlo; sabemos que más adelante no nos espera ni una enorme recompensa ni un nuevo desafío que valide nuestro aprendizaje, así que podemos tomarnos nuestro tiempo tranquilamente para apreciar la majestuosidad del mundo subacuático.
Los peces, de especies reales todos ellos, bailan a nuestro alrededor continuamente. Al impulsarnos nos siguen, y con nuestro movimiento podemos crear coreografías naturales en conjunto, únicas de este espacio, de esta fantasía alienígena que es el fondo marino, en una cautivadora catarsis vital. La danza como símbolo y celebración de la vida. Si el pez es demasiado grande, podemos agarrarnos a él y dejar que nos lleve. El comportamiento varía según la especie, unas veces dejándonos influir un poco en su manejo, y otras no tanto. Semejante población crea un clima orgánico que se extiende más allá de nuestro propio ser; hay otra vida ahí, con sus propias rutinas (a veces seremos testigos de cómo algunos peces grandes devoran brutalmente a los más pequeños; desgarrador, si me preguntas) y sus ritmos. De nuevo, agarrarnos a estos no nos repercute utilitariamente en ningún aspecto, como tampoco lo hace la función de sentarnos a meditar que nos permite observar a las criaturas con más detalle. El conjunto de la experiencia contribuye a crear el tipo de aventura relajante y aislada en el tiempo que se espera de una obra entregada a la evocación más sosegada.
Filosofía zen, relajación de consumo, y el acto de jugar
Víctor Navarro Remesal, en su ensayo sobre los modos zen de algunos videojuegos, define a estos como títulos "de estética minimalista y falta de metas o castigos (...) Los modos zen ofrecen al jugador una experiencia placentera, agradable e individualista, construida alrededor de una casi completa ausencia de factores de estrés o demanda de esfuerzo". Sin embargo, en ese mismo artículo argumenta que estos modos suelen tener poco o nada que ver con la auténtica filosofía zen, la que viene del budismo. En oposición a la relajación de consumo que se nos vende con esta etiqueta, el auténtico zen busca el conocimiento del mundo más allá del yo, libre de conceptos, ajeno a las adulteraciones del lenguaje y el subconsciente; "la aprehensión de lo inmediato, de la realidad que se encuentra delante nuestra". El autor concluye que esta filosofía en su plenitud es prácticamente incompatible con el diseño de videojuegos, pero que sus ideas se pueden encontrar en el propio acto de jugar. Nos introducimos en el juego e interiorizamos su espacio para actuar por intuición, y es cuando entramos en ese estado de flow "que no está limitado por el desafío, el rendimiento y la producción", tres pilares ampliamente extendidos en los videojuegos, que se produce lo más parecido que podemos encontrar a un verdadero modo zen. No se busca la relajación, porque eso implicaría una meta, la de alcanzar la satisfacción personal; y un desafío, que es el de llegar a ella.
'Abzû' adopta esta idea del flow ininterrumpido, aunque con matices. Como ya he comentado, su enfoque contemplativo es uno que encuentra su plenitud en la experiencia de la inmediatez, el aquí y ahora, recrearnos en el momento presente. Nunca se expresa con el lenguaje verbal, y por supuesto, no existen medidores que marquen nuestra eficiencia o una meta clara. El juego se acaba, evidentemente, pero en ningún momento se nos proporcionan incentivos para que queramos ver una conclusión. Hay una historia, aunque es tan minimalista que no se concibe siquiera como objetivo, mostrándose brevemente sólo cuando tiene que mostrarse. Por otro lado, hay unos cuantos momentos en los que el juego se lleva la contraria a sí mismo plantando obstáculos en el camino, los cuales nos ponen en entuertos que hemos de sortear o resolver. Es cierto que son extremadamente simples, y entiendo que sirven como excusa para que exploremos los escenarios, pero son precisamente esas ganas de explorar las que tienen que salir de nosotros, de la curiosidad y el sentido de la maravilla que nos produce el juego. Siendo 'Abzû' una obra que rezuma vitalidad, la artificialidad de estos segmentos empaña lo que, por lo general, es un pulcro paisaje en el que da gusto adentrarse.
Tampoco puedo decir que la obra de Giant Squid sea otra de esas que se basan en que encontremos la satisfacción personal mediante una experiencia placentera. No tiene un propósito de consumo, ni siquiera científico, como el viaje de James Cameron. No encontramos en 'Abzû' esa falsa concepción individualista y consumista del zen de la que hablaba Navarro Remesal porque no manifiesta su deseo de existir para nosotros, para servirnos cual mayordomo, que es en lo que consisten la mayoría de los videojuegos destinados al consumo. Es una experiencia por si misma, que cobra vida cuando nos insertamos en ella y que, como toda obra videolúdica, le damos una razón de ser con nuestra interacción, pero no lo hacemos por metas egoístas. Lo hacemos para maravillarnos con el fondo marino y sumergirnos en su vitalidad desbordante, entrar en consonancia con un universo que existe tras las fronteras de nuestro ser y experimentar esa conexión. Jugar a 'Abzû' no nos reporta nada funcionalmente, y con esto me refiero a nada que nos haga sentir mejor con nosotros mismos, que nos satisfaga por ver logros cumplidos, o por ver que nuestro poder se ejerce correctamente y da sus frutos; nada de eso. No sabría decir si esa búsqueda del conocimiento que se deshace de las limitaciones humanas, característica de la filosofía zen de verdad, es el motor que impulsa nuestra interacción con 'Abzû', pero ni este tiene por qué encasillarse en ser estrictamente zen, ni lo pretende. Es el acto de jugar, que aquí se traslada a ese grácil y delicado acto de nadar como distinto lenguaje pero misma expresión, el que nos permite fundirnos en su naturaleza y ser uno con ella, y la apreciación de esta lo que pone en marcha su maquinaria catártica.
Muerte y vida
Los elementos más chirriantes, los obstáculos de los que hablaba, son entidades mecánicas grises, de formas triangulares exactas, que dañan y destruyen. Son la oposición al color, al movimiento, al etéreo dibujo que forman los peces y sus entornos naturales. Al final, 'Abzû' lanza un mensaje ecologista mediante ese acto de nadar. Nos incita a admirar la grandiosidad y el valor de la vida, entendida esta no como el transcurso desde el nacimiento hasta la muerte de una persona, sino como una fuerza de la naturaleza que trasciende nuestro propio ser; para no caer en lo opuesto, que sería lo gris, lo simétrico, la destrucción. El fondo marino, último vergel inalterado, nos tiende una mano para acogernos en su holística del momento presente. Porque la muerte es una perspectiva, y la vida, lo que ahora mismo pasa delante de nuestras narices.